La vida del revés

La Guerra de Ucrania: Dios, Putin y nuestro egoísmo

Dios durmiendo la siesta, guerras olvidadas, actitudes egoístas y una moral arrasada parecen ser algunos ingredientes de un drama que se cronifica sin remedio

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15 mar 2022 / 16:06 h - Actualizado: 15 mar 2022 / 16:24 h.
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Vivimos presos de la imagen. Actualmente y desde hace veinte o treinta años, todo se puede medir si se ve y solo si se ve, si tenemos la sensación de poder tocarlo, olerlo, oírlo, escucharlo o lamerlo. Lo que no vemos, sencillamente, no existe. El paradigma de esto que digo es el mismísimo Dios que es el último resultado de un materialismo atroz y voraz. Solo vale y solo existe lo que podemos tocar.

La guerra que ha iniciado Putin en Ucrania se ve casi en directo a través de las cadenas de televisión y de la Internet. Podemos observar los edificios destrozados por las explosiones, las llamas que devoran lo que queda en pie tras los ataques de la artillería rusa, los cuerpos inertes, los rostros sucios y ensangrentados. Casi podemos sentir el dolor, la rabia o la enorme pena de los refugiados. Vemos la guerra y vivimos la guerra desde dentro y en primera persona. Por esto son tan sumamente importantes los medios de comunicación y cómo presentan la información y las imágenes; por esto Putin impone en su país la ley del silencio total y un apagón total en el que las imágenes se pierden para siempre. Los rusos no saben lo que está pasando y los que intentan alzar la voz intentando informar verazmente van derechos a un calabozo o a una cárcel siberiana.

¿Por qué la Guerra de Ucrania ha despertado un sentir solidario tan abrumador en toda Europa? ¿Qué diferencia existe entre esta guerra y las de Siria o Sudán del Sur? Es verdad que Ucrania está aquí al lado y que es muy parecido al resto de países europeos. En Siria la forma de vida es distinta, Dios es otro, son más morenos. En Sudán del Sur las diferencias son absolutas. Pero, sobre todo lo demás, prevalece esa retransmisión en directo de la guerra y, por tanto, del sufrimiento que se genera.

Sin pausa, vemos la guerra desde el ojo del huracán. Se nos muestran, a todas horas, imágenes de lo que está sucediendo y si eso mismo ocurriese en el caso de Siria estaríamos enviando dinero y material cada día. Pero no es así. Sin imágenes no hay ayuda que valga.

Otra de las diferencias entre la Guerra de Ucrania y el resto de guerras en el mundo es que nos invade el miedo en el caso de la primera y la desidia en el caso del resto. La de Ucrania nos puede representar un lío. Ni más ni menos. Y eso es lo mismo que decir que nos interesa por puro egoísmo. En Occidente somos así (por cierto, Rusia forma parte de la cultura occidental). Nos hemos instalado en territorios confortables y eso es lo único que interesa. La solidaridad, la empatía, la generosidad o el amor al prójimo existen, pero menos. Son valores de corto alcance hoy en día. Y el alcance de nuestras conciencias es, al mismo tiempo, mínimo porque solo asumiendo nuestra falta de empatía en otros casos se puede comprender que el Gobierno español esté enviando armas a Arabia Saudí (en guerra con Yemen) y aquí nadie diga ni pío. Para los que tengan interés por saber, han sido setenta hospitales y centros de salud los que han sido bombardeados en Yemen; mil quinientas escuelas; una planta de tratamiento de agua en plena epidemia de cólera... Una vergüenza que nos queda lejos y que estamos nutriendo con armamento. Irene Montero no parece estar enterada de esto.

Vivimos presos de la imagen y de nuestros miedos. El filósofo Friedrich Nietzsche dijo que Dios había muerto aunque creo que se equivocaba. Dios sigue en el mismo lugar y muy bien de salud aunque no se le puede ver entre tanta comodidad y tanto bienestar. Tal vez se está echando una siesta de campeonato, pero de morir nada. Quizás la misma siesta que dormimos en Occidente desde hace unos lustros. Las cosas siguen en su sitio, lo único que se ha venido abajo es nuestra moral.

Pues eso, cuidado con las pesadillas y con dormir más de la cuenta.