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Viéndolas venir

La indecencia de ser feliz

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Álvaro Romero @aromerobernal1
20 may 2021 / 17:14 h - Actualizado: 20 may 2021 / 17:22 h.
"Viéndolas venir"
  • Inmigrantes a nado para llegar a Ceuta. / EFE/EPA/JALAL MORCHIDI
    Inmigrantes a nado para llegar a Ceuta. / EFE/EPA/JALAL MORCHIDI

Hay gente de mente perversa, retorcida, hecha un guiñapo, imposiblemente humana, animalizada, escorada hacia la escoria de lo que solo se imagina en la ficción de la maldad para saber elegir con perfecta frialdad entre nuestro bienestar y la necesaria muerte de otra gente donde sea: en el mar, en sus guerras, en sus infiernos todos, pero que no nos molesten. Yo, así, no puedo estar bien y no entiendo el bienestar. Por lo tanto, en este mundo que compartimos no concibo la felicidad. Acaso, viviremos momentos para estar contentos. Pero ser feliz es cosa de inútiles, de inconscientes, de gilipollas cúbicos. Lo siento.

Es indecente ser feliz, siquiera decirlo aunque no sea verdad, cuando en este mundo global que nos acerca cualquier tragedia a la palma de la mano vemos a diario gente que respira como nosotros sufriendo lo indecible simplemente para aferrarse a la vida. Quiero decir, a seguir viviendo a toda costa, porque sí, por cojones, por instinto de supervivencia a pesar de tantos intentos ajenos, sibilinos, para que no sea así.

Es indecente ser feliz, imaginarlo siquiera aunque no lo consigamos, cuando en este mundo global hay niños como los nuestros que lloran desesperadamente no por las cosas más nimias por las que lloran los nuestros, sino por razones de peso como que les asesinen a sus padres, que les maten a sus hermanos, que los manden al mar para que efectivamente se ahoguen después de haber pagado, que les tiren adrede una bomba encima de su casa porque no va a haber nadie que lo cuente, un misil a su hospital porque no habrá nadie que lo denuncie ni lo arregle ni lo vengue.

Es indecente ser feliz cuando todo eso que ocurre insoportablemente no se justifica en las antípodas, sino en mi propio país, en mi provincia, en el pueblo por el que paseo, seguramente cándido, inconsciente de que hay gente que simplemente no hace daño porque no conviene, porque no toca, porque no se dan las circunstancias, pero asiente silenciosa ante lo que algunos consideramos injusticias y ellos comprenden suavemente como la lógica del mundo.