Cuando el Niño Ricardo se pasaba de copas, se iba a la Alameda, llamaba desde la calle a Pastora Pavón Cruz, La Niña de los Peines, ella salía al balcón y le declaraba su amor como un veinteañero a su amada. La quería con locura, adoraba su arte y amaba el corazón tan grande que tuvo La Emperaora del Cante. Todos los guitarristas que acompañaron a Pastora la adoraron en una devoción sin fisuras, desde Ramón Montoya, con quien grabó sus primeros discos hace más de un siglo, hasta Melchor de Marchena, con quien grabó los últimos, casi veinte años antes de morir. Entre el primero y el último grabó con Luis Molina, Manolo de Badajoz, Antonio Moreno, Currito el de la Jeroma y Ricardo. No se moriría la artista sin darle la alternativa discográfica a un adolescente Manolo Sanlúcar, al que llamaba Gatito, por tener el nacimiento del pelo a dos dedos de las cejas. Lástima que ese disco de vinilo no saliera al mercado y que el máster no aparezca, porque sería todo un documento. El genio de Sanlúcar, el hijo de Isidro el Panadero, se pone aún de rodillas para hablar de la cantaora de San Román. ¿Qué tenía La Niña, la hija de Pastora la de Calilo y El Paíti, para que la amaran de esa manera? Era un genio, sin duda, la mejor cantaora de todos los tiempos, pero tendría algo más para que volviera locos a otros genios del toque, del cante y del baile. El gran Chacón era su primer admirador. Una noche le dijo a su madre, siendo Pastora una niña: “Pastora, tu niña es de otro mundo”. Otra noche, Manuel Torres, el otro genio del cante de Jerez, se puso de rodillas y le besó las manos en una fiesta. Manuel Vallejo la llamaba Chata y el Niño de Marchena, Maestra. El Carbonerillo le dedicó su último fandango, bañado en sangre, para morirse al otro día víctima de la tuberculosis. Y Antonio Mairena, que la llamó siempre Prima Pastora, lloró tanto su muerte que se le secaron los ojos al pie de su monumento en la Alameda, donde puso un ramo de flores de Mairena la misma noche del óbito de la gran cantaora gitana. Cincuenta y dos años después de su muerte aún sigue volviendo locos a los cantaores y macandés a las cantaoras, desde El Pele, Arcángel, Miguel Poveda e Israel Fernández, hasta Mayte Martín, Esperanza Fernández y Rocío Segura. Es la primera referencia de todas las voces actuales, de ahí su inmortalidad. Pastora murió el 26 de noviembre de 1969 y sus restos siguen estando en el panteón familiar del Cementerio de San Fernando de Sevilla, pero su arte no murió, se quedó en la Alameda de Hércules enredado en los rosales de todos los balcones y en la memoria de quienes alguna vez, aunque solo fuera una sola vez, sintieron en la piel el torniscón de su cante moreno.
Péiname tú con tus peines,
reina de todos los cantes,
que tus peines son de azúcar
y tu piel de chocolate.