La tormenta Daniel sigue arrasando todo por donde pasa. En Libia han muerto más de tres mil personas ¡más de tres mil personas! Y han desaparecido más de diez mil. La tormenta destruyó dos presas que anegaron una inmensa área habitada y el agua arrastró a personas, casas, coches... Barrios enteros han desaparecido. La ciudad más afectada es Derna, una población en la que vivían ciento cincuenta mil personas.
Es una evidencia que la naturaleza no da un solo respiro y que se están produciendo tragedias con una frecuencia desmesurada. Y es una evidencia que un terremoto o una inundación que se produzca en un país desarrollado, aun pudiendo ser desastroso, se convierte en una máquina de aniquilamiento en países con infraestructuras más débiles.
Las imágenes se acumulan y el horror se hace más y más grande. Las cifras se suman unas con otras para que los resultados sean pavorosos. Y todavía tenemos que escuchar que el cambio climático es un timo, que las agencias meteorológicas no sirven de nada y que lo importante es poder tomarse una cervecita en un velador a media tarde. La estupidez es la reina.
Algo está sucediendo en el planeta Tierra, algo que nos negamos a asumir. Supongo que el miedo a un mundo hostil e inevitable nos impide afrontar una realidad que ya enseña las garras y los dientes y su poder destructor en acción. Somos una plaga disparatada que está destruyendo su hábitat, el único posible, y además no queremos frenar. Veremos lo que dura esto.