Una niña de seis años ha sido asesinada por la madre que la parió. También podría haber sido asesinada por el padre. Pero el hecho esta vez -terrible y sin géneros- es el hecho, insoportable, cruelmente real, incomprensible, desasosegante. La incomodísima noticia viene a recordarnos que no existen maltratadores o asesinos, sino hombres o mujeres que maltratan o asesinan en medio de una inmensa mayoría de mujeres y hombres a los que, por fortuna, no se les pasa por la cabeza asesinar a nadie, tengan el sexo que tengan, el género que elijan, la vida que les toque.
Es fundamental subrayar la barbarie al margen de dogmatismos para que nuestros niños y niñas crezcan plantándole cara al mal, sin colores, sin cuentos, sin tapujos, sin intereses creados. Porque existe, especialmente entre la juventud, un hartazgo del feminismo vuelto doctrina machacante con los deberes hechos previamente.
Hoy se le pregunta a cualquier joven la opinión sobre cualquier tema de actualidad –da igual el que sea- y empieza a configurar su artificioso parecer no sobre sus propios pensamientos al respecto sino sobre la consabida consigna que supone que está esperando la sociedad, a saber, que la mujer merece los mismos derechos que el hombre, etc. Da igual lo que se le pregunte, el asunto resplandece en cualquier argumentación juvenil y no por convencimiento sino por suposición de que eso es lo que se está esperando no se sabe muy bien por qué gran hermano que lo fiscaliza todo. Y eso, en vez de empoderar al necesario feminismo, lo empobrece, lo debilita, lo reduce a un cliché, a un recurso de decoración y estilístico, a un bien queda, a una figura retórica más.
El feminismo, como otros ismos, surge con razón en un momento histórico, y hay que explicarlo. Y continúa en otros momentos históricos, con sus razones también, y hay que discernirlos. Y hoy en día, con retos absolutamente distintos de los de hace medio siglo, sigue siendo necesario a pesar de que haya quien diga que las mujeres ya han alcanzado todas las igualdades, o esa otra barbaridad zafia de que “yo no soy ni feminista ni machista” que todavía se oye y que tanto se parece al chiste de que, a cero grados, no hace ni frío ni calor. El problema es que el ismo como tal no se entienda como un movimiento humanístico que nos toca a todos resolver para reciclarnos en ese camino conjunto y sin vuelta atrás que es la vida, con su pasado y su futuro, sino como una falsa doctrina maniquea en la que, de entrada, ya se conocen a las buenas y a los malos, como en las peores películas que nada tienen que ver con la vida real. Ya somos mayorcitos, todos y todas.