El 5 de marzo de 1953 murió Iósif Stalin. Los que defienden que fue el primer y más importante antifascista, el que logró que Hitler desapareciera del mapa y el que transformó un país de carros y grano en una potencia nuclear y económica, olvidan que el coste de eso fue brutal, sangriento, oscuro y criminal. Stalin es una de las figuras más terribles de la historia de la humanidad y el número de muertos que dejó a su paso sobrepasa los veinte millones de personas, muchas de ellas inocentes y víctimas de una forma de entender el mundo entre grotesca e inhumana. Por cierto, era cateto (en el sentido peyorativo del término), inculto y estaba poco viajado. Una alhaja.
La historia de la Unión Sovietica resulta fascinante. Durante años, allí se produjeron algunos de los hechos más transgresores, disparatados, crueles, modernistas, violentos, absurdos e insólitos de la Historia.
El camino que recorrió todo un pueblo hasta llegar el día que se derrumbó el muro de Berlín, fue largo, tortuoso y de un atractivo casi magnético para todo el que se decide a conocerlo.
Stalin es el protagonista de una etapa que produce enorme conmoción, el triste protagonista.
Martin Amis en su libro ‘Koba el Temible’ relata la anécdota que refleja muy bien cómo funcionaba la Unión Soviética cuando Stalin estaba al mando:
«En una conferencia del Partido en la provincia de Moscú durante los años del Terror, un nuevo secretario ocupó el lugar del anterior secretario (que había sido detenido). El acto se clausuró con un homenaje a Stalin. Todos se levantaron y rompieron a aplaudir; nadie se atrevió a parar. Según la versión que da Solzhenitsyn de esta célebre anécdota, cinco minutos más tarde los viejos «jadeaban». Diez minutos más tarde: «Mirándose unos a otros con fingido entusiasmo y decreciente esperanza, los jefes de distrito siguieron aplaudiendo hasta que cayeron redondos al suelo, hasta que se los llevaron en camilla». El primero que dejó de aplaudir (el director de una fábrica local) fue detenido al día siguiente y condenado a diez años por otro delito. En la época había una grabación discográfica de uno de los discursos más largos de Stalin. Duraba ocho caras, mejor dicho, siete porque en la octava estaban los aplausos. Ahora cerremos este libro unos instantes e imaginemos que estamos oyendo la octava cara, de noche, en el Moscú de 1937. Debió de sonar a inminencia del miedo, a música de psicosis, a cólera de Estado».
El magnetismo al que me refiero llega desde la sorpresa, el rechazo o el dolor. Seguramente, conocer a Stalin es conocer hasta dónde puede llegar la maldad del hombre.
Me da igual la ideología de este tipo, si peleo por una cosa u otra. Cuenta lo que costo a la Humanidad. Y eso le hace merecedor de todo el desprecio del mundo.