Viéndolas venir

La no fiesta: qué ridiculez

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Álvaro Romero @aromerobernal1
21 sep 2020 / 08:48 h - Actualizado: 21 sep 2020 / 08:56 h.
"Viéndolas venir"
  • La no fiesta: qué ridiculez

Las celebraciones son actos afirmativos en sí mismos. Asertivos, como está de moda decir de todo lo que mola. Reafirmativos, podríamos añadir. Porque se celebra a continuación de lo que ha sucedido y es susceptible de subrayarse alegremente. Cuando a uno le ocurre algo grande, bueno, excepcional o irrepetible, siente el deseo irreprimible de alargar el momento con los seres queridos de la única forma que el ser humano ha aprendido a presumir de social: comiendo y bebiendo. El carpe diem de las celebraciones es siempre un intento de estirar los instantes luminosos de la vida acompañados de quienes también se alegran por ti. De lo que sea. De tu boda, del bautizo de tu niña, de tu feria, de la procesión de tu santo.

Sin embargo, cuando lo que sea no ha tenido lugar, una celebración de la negación, o un pregón de lo que no ocurrirá, es un acto ridículo en sí mismo, sin sentido, miserable.

Ya ocurría cuando la gente no sabía exactamente lo que celebraba; cuando cualquier acontecimiento, importante o no, se convertía en una excusa barata (a veces cara, literalmente) para comer y beber; cuando los niños, vestidos de Primera Comunión, se sorprendían de ver a tantos amigos de sus padres más alegres de la cuenta en la barra libre; cuando se generalizó esa catetada mayúscula de la despedida de la soltería; cuando cualquier Nochebuena se había transformado en una bacanal. Pero al menos entonces se establecía una resbaladiza ecuación entre la celebración y lo celebrado. Ahora con el COVID-19 falta un término de la ecuación, y no puede dar igual, sobre todo mientras arrecian los muertos, los ingresados y los que no ingresan pero están sufriendo lo indecible en sus propias carnes, silenciados ante una realidad egoísta acostumbrada a sus propios ruidos.

Vivimos un tiempo de síntesis, de apretar el corazón y de ayudar a quienes nos necesiten. Nada más. Todas esas celebraciones de la no nada, de lo que no existe, de lo que la pandemia ha suprimido o aplazado, son ridiculeces que nos entristecen más. Lo celebraremos todo con ahínco cuando todo sea posible. Pero, mientras tanto, no hagamos más el ridículo, por favor.