La Sevilla del XVI y XVII estaba poblada de mendigos que hacían largas colas en las traseras de los conventos a la hora de la sopa, que abarrotaban las entradas de los templos en espera de limosnas, que alborotaban las gradas de la Catedral, los zocos de la calle feria y de Santa María la Blanca, pregonando –incluso en versos– su ofrecimiento a rezar por los difuntos a cambio de algunas monedas, ciegos que veían lo suficiente como para vaciar las faldriqueras ajenas, precedente de los «piqueros» del XIX y XX, murcios, birladores y floreros, rameras y alcahuetas como La Garduña, y charlatanes de lujosas vestimentas que vendían, al ingenuo, la ocurrencia del momento.
En definitiva, como dice José Mª de Mena, «los más altos personajes de la comedia humana» que, encasillados bajo el genérico de la «picaresca sevillana», llenaron páginas universales de la literatura nacional, a través de grandes escritores como Mateo Alemán y Miguel de Cervantes, correspondiendo al sevillano la gloria de haber sido el primer autor del género (mientras siga siendo un enigma el nombre del autor de El Lazarillo de Tormes) con su obra Atalaya de la vida humana, aventuras y vida del pícaro Guzmán de Alfarache, y al segundo, ser el mayor conocedor de los bajos fondos de la ciudad tan bien como de la alta alcurnia, un don reflejado magistralmente en sus Novelas Ejemplares, en las que Rinconete, Cortadillo, Monipodio, Ganchuelo y el Licenciado Vidriera, entre otros personajes, avalan como el llamado Príncipe de los Ingenios plasmó, mejor que nadie, la picaresca española.
Una picaresca que nunca dejó de existir en Sevilla, convertida con el correr de los años en «sana, ingeniosa y cómica» por personajes como Joseliqui de Siete Revueltas, el popular lotero Garbancito y el Loco de Triana, entre otros muchos descendientes, salvando sus extractos sociales, de los tertulianos de Casa Morales y de la desaparecida taberna El Traga, donde el presidente del Manicomio Er 77, Luis Martínez Vice, conocido como el Marqués de las Cabriolas, junto a sus contertulios, llegó a rifar un caballo a fin de conseguir fondos para el Rocío.
El caballo le tocó a Casal, el Rey de los Bolsos, al que llevaron a la Glorieta del Cid para enseñarle su jaco, al tiempo que el Marqués le decía: «Bueno, ahí tienes tu premio, pero te voy a dar un consejo: cuando te lo vayas a llevar, ten mucho cuidaito y hazlo con mucho tacto, no se vaya a enfadar Don Rodrigo, que tiene mu malas pulgas».