La pichula de Vargas Llosa y la Preysler

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08 ene 2023 / 05:00 h - Actualizado: 08 ene 2023 / 05:00 h.
"Tribuna"
  • EFE/Nacho Gallego
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RAE: “Pichula. Nombre femenino. Malsonante-Argentina”

“Dícese del pene.”

Contaban las malas lenguas, (necesariamente viperinas), que el idilio entre Boyer y la Preysler, se descubrió cuando una ambulancia entró en Hacienda a socorrer al entonces Ministro del ramo. Si fue un lazo tailandés o no, nunca lo sabremos.

Qué tiempos aquellos donde en los Consejos de ministros se debatía por el precio de las bombonas de butano o la jornada de cuarenta horas, en los que Alfonso Guerra, siempre acababa doblando el pulso al interfecto.

Aquellos vientos propiciaron la salida de Boyer del Gobierno y bien que se vengó, al emparentar con el Hola, o sea el Boletín Oficial de esta España nuestra.

Esa envidia insana de que El Socialista no lo compraba nadie y el Hola no faltaba de las peluquerías, tal vez sea la causa de que, a pesar de lo bien que enterramos en España, ni Alfonso, ni Felipe González, acudieran a su sepelio. Sí lo hicieron Aznar y la Botella, esos de los que esas mismas lenguas (necesariamente viperinas), insinuaban que jamás estrenaron la cama king-size de Moncloa.

Parece que lo del Karma, debe tener fundamento. Y Borges, más. Nuestras vidas, aun laberínticas, son circulares. En ellas, las piezas acaban encajando de forma superlativa. Esos sonetos consonantes resumen también la existencia de Vargas Llosa. Un personaje de fábula, surgido de la neblina amazónica que a veces recorre la cordillera andina.

Primero casó con su tía con solo diecinueve años. Y eso (nos ocurre a todos) que su propia madre le recriminó haber sido abducida por “esa vieja, esa divorciada”. Y Vargas LLosa, como las mamis del grupo del colegio, es entusiasta de la propia delación. Entre los calificativos, solían llamarle “el chiquito llorón de Cochamanba”, aunque nunca escuché nada –hasta ahora- sobre su “pichula”, el término con el que el escritor califica lo que por ahora sigue siendo el miembro viril masculino.

Vargas Llosa ha pasado por todo. Ha recorrido el sexo, el dinero y el poder, por más que perdiera las presidenciales en Perú. Pero he aquí que –a los ochenta y tantos- le ha alcanzado el dilema de elegir entre su pluma o su pistola. Esto es, o te casas y cedes los derechos de autor; o finges olvidarte del nombre de tu ex para quedarte solo tu y tu pichula.

Este sendero –la vida es por definición empeorable-, nos lleva a la conclusión de que al final de los días, solo importa tener un amigo con el que jamarte un chuletón, conservar la pluma y visitar al urólogo.

Supongo que Irene Montero estará feliz, hoy que es Día de Reyes, justo el instante en que los padres divorciados acumulan sus juguetes en estanterías, con la vana esperanza de que no se transformen en valiosas antigüedades. Y sí, querida Irene, la “pichula” según la Academia, es un vocablo femenino, pero despectivo.

El resumen de todo esto acaba en desaire para la Preysler –el único jarrón conocido que sobrevive las mudanzas-. Pedro Sánchez no debería tardar en declararla –muertos la Reina de Inglaterra y hasta Pelé-, patrimonio nacional.

En fin, que al término o no de sus días, Vargas LLosa ha acertado. Su desdén olvidadizo a la de Porcelanosa, le salva la tinta y la pichula.