Según la futura líder de Unidas Podemos, Ione Belarra, la política es amor. Qué bonito, joder, decir esto en primavera. Por eso ella ha colocado a su novio, siguiendo una ya vieja tradición podemita de colocar a las parientas, o en el caso de Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, al maromo. Íñigo Errejón es otro que derrocha amor, sobre todo cuando le piden un selfie en horas no laborables. ¿Pero trabaja en algo este chico? Veremos a ver en qué queda la denuncia del señor al que, según consta en la susodicha, le pateó presuntamente el estómago. No parece un muchacho violento, en serio, pero es frío como una navaja barbera y estos de la extrema izquierda se calientan enseguida. Ya saben lo que dijo Pablo Iglesias: que se emocionaba viendo cómo pateaban a los policías en el suelo. Emocionarse tiene mucho que ver con el amor, claro. Luego está el amor a la comida. No hay nada más que ver al señor alcalde de Cádiz y su señora, el Kichi y Teresa, que el poder y el amor les obligan a cambiar de vestuario cada seis meses. La felicidad engorda, sobre todo si los chuletones de Ávila los paga el populacho. Va a ser verdad eso de que la política es amor. Ves a Oriol Junqueras mirar a quienes lo van a indultar y le mengua la panza de la felicidad. Primero dijo que el Gobierno se metiera los indultos por donde le cupieran y ahora, como está enamorado, les pone ojitos a Sánchez y a Iceta, otros seducidos por los encantos amorosos del poder. Indultar a los sediciosos encarcelados es un acto de amor y en cuanto estén libres, como están enamorados de Cataluña, volverán a liarla. La política no es amor, al menos en España, donde la derecha odia a la izquierda, o viceversa. Es un juego sucio de compadres, como dijo alguien que sabía de lo que hablaba. El amor está ahora en las eléctricas y en los bancos, que son capaces de robarnos pero por nuestro propio bien. Otra cosa es que lo sepamos valorar, que no hay más ciego que el que no quiere ver.