Los tiempos que vivimos son como la Rampa (sí, en mayúscula) del Salvador de regreso a casa: una cuesta arriba.
Esa Rampa, o ‘Rampla’ mejor dicho, es el tobogán de los sueños. Una especie de máquina del tiempo que nos retrotrae a la niñez. A portar esa túnica blanca con la cruz de Santiago al pecho que está reservada sólo a los más inocentes de nuestra ciudad.
Es un pregón en silencio. Un «ya está esto aquí».
Nos solemos fijar siempre en la misma, pero hay otras que vienen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, como la que ocurre en San Bernardo.
De pequeño jugamos en ella y al hacernos mayores, la recorremos haciendo estación de penitencia. Una maravillosa metáfora de lo que es la vida.