La república de Pablo Iglesias

Image
27 dic 2020 / 09:37 h - Actualizado: 27 dic 2020 / 09:39 h.
  • La república de Pablo Iglesias

Debe ser el transcurrir de los años, que empiezo a abominar de los radicales que se apropian de las causas justas.

Nunca entendí cómo la custodia compartida –Sr. Moreno Bonilla, para cuándo-, se convirtió en propiedad detentada por la ultraderecha; y ahora no puedo comprender cómo la idea de los repúblicos se patenta por los comunistas o para que nos entendamos por Pablo Iglesias.

Durante el año 2.000, Anguita y yo recorrimos toda Andalucía y llegamos a fundar el Ateneo Republicano. Apenas tres años después, la noticia de la muerte de su hijo le alcanzó en uno de aquellos actos. Debió ser un presagio, ya que a Julio siempre le fascinó que la Constitución de 1.931 renunciara expresamente a la Guerra como instrumento de resolución de conflictos.

No había espacio que no llenara, pero al finalizar cada conferencia, alguien del público se levantaba e interrogaba para cuándo la República. Julio se limitaba a asentir ensimismado.

Después fue Trevijano, quien en el Palacio de la Duquesa Roja enardeciera a los asistentes. Lo suyo era una República sin partidos, una suerte revolucionaria de Constitución americana, donde cualquiera puede ser Presidente, y todos pueden votarlo, a diferencia de una lista que cambia al son del interés coyuntural de la oligarquía que se ha apropiado de ellos.

De todos los políticos que traté, no recuerdo a nadie que profesara monarquía, ni tan siquiera Aznar; a salvo los herederos del sistema que ha ideado el poder para sostener sus propias inmundicias. No en vano, una República nunca permitiría un Fiscal General del Estado que no fuera independiente; ni el desamparo a los escasos Jueces que resisten a unos y a los otros.

Si algo echo en falta en mi memoria, fue Alfonso Guerra, quien siempre negó participación en nuestros actos. Algo imperdonable en el álbum sin fotos de mi ego.

Tampoco quiero olvidarme del coste pagado por esas ideas, en forma de Jueza del Opus Dei u otras de contrapoder al disidente.

EL descubrimiento de la República por Pablo Iglesias, me reconforta por un lado, porque tal vez no predicábamos en el desierto; pero me llena de congoja, porque desdeño lo asambleario, como a un eventual César. Pero como diría el Emérito (un título-invento de Rubalcaba) me llena de satisfacción comprobar que ser republicano conjuga empíricamente en las encuestas y ahora hasta el PSOE celebra la Constitución de 1.931, apenas horas antes del “discurso” de Felipe VI.

Con todo, angustia pensar que esa lucha fuera para esto; y que los estandartes republicanos sean los de la hoz y el martillo que disparaban a traición sobre los ácratas que les antecedían en la primera línea de combate o aquellos que siguen pasando de largo ante la tumba de Martínez Barrio. (Hoy me regocija transcurrir por el espacio de libre pensamiento que es la Librería Reguera y encontrar entre los ejemplares de su precioso escaparate “La anarquía explicada a los niños”... de 1.931)

El más terrible descubrimiento del ocaso de la existencia es la fragilidad de las causas por las que se ha vivido, ya sean ideales al socaire de deslealtades, e incluso traiciones.

Nada hay más triste que el cortejo de los indispensables que sigue al coche fúnebre camino de una tumba. Ese interminable paseo revela lápidas con el Betis o el Sevilla por ideario; como listas de espera en los columbarios como nuevas líneas de negocio en torno a la fe por parte de las Hermandades.

Frente a dichas respetables convicciones, la República es una semilla que corre el riesgo de ahogarse antes de nacer y que decidirá el PSOE, dependiendo del tiempo que le reste como su caudillo a Pedro Sánchez. Nadie ha conseguido más, con menos escaños. Y es que si el Emérito se ha marchado, no ha sido por Rey sino por ladrón, aunque entre ambos conceptos la línea sea tan sutil, como los esfuerzos de su hijo por eludir las informaciones que corren por la corte madrileña.

Así que, Pablo Iglesias, no. Así no. No en nuestro nombre.