Ojana in Excelsis

La responsabilidad del beduino

Muchos tienen una imagen equivocada de lo que significa salir en este puesto y piensan que la gente va a beber y a pasárselo bien

Image
Juanmi Vega @Juanmivegar
07 ene 2020 / 09:05 h - Actualizado: 07 ene 2020 / 10:11 h.
"Cabalgata de los Reyes Magos","Ateneo de Sevilla","Ojana in Excelsis","Cabalgata de Reyes 2020"
  • Los beduinos. / Jesús Barrera
    Los beduinos. / Jesús Barrera

Varias centenas de personas van en el cortejo de la Cabalgata de los Reyes Magos que organiza el Ateneo de Sevilla de beduinos. Los reconocerán porque van a pie, con la cara pintada de negro, guantes, zurrones hasta arriba de caramelos y juguetes y repartiendo ilusión.

Muchos tienen una imagen equivocada de lo que significa salir en este puesto. Que si vas a pasártelo bien, que si te tomas tres lingotazos antes de salir para ir ‘entonado’, que si uno se lleva una petaquita o una botella de agua y anís, etc.

Este año tuve la suerte de salir en ese puesto. Y digo suerte porque, a diferencia de los que van en las carrozas, el beduino está en contacto con los verdaderos protagonistas de la fiesta: los niños.

A mediados de diciembre, el Ateneo llamó a los beduinos temporales para darles una charla y explicarles de qué iba la historia. En el salón del ente se encontraba el director de la Cabalgata, Manuel Sáinz, el presidente del Ateneo, Alberto Pérez Calero y Gabriel del Alba, responsable de las huestes beduinas. Esa reunión parecía a que dan en la hermandad del Silencio a los nazarenos que debutan por primera vez en la Madrugá. Había prohibiciones lógicas que se tuvieron que repasar: no fumar, no beber, no ligar ni tener comportamientos obscenos, por poner un ejemplo de lo que se dijo. La realidad es que cuando tienen que decirlo es porque eso ha ocurrido.

Al finalizar la reunión uno se va a casa con el cuerpo un poco cortado. «Yo venía a pasármelo bien y aquí hay mucha seriedad» piensa uno absurdamente.

Cuando ya te encuentras en la Universidad de Sevilla preparado para salir, la cosa cambia. A las 12:30 te citan para ponerte el traje y maquillarte. A esa hora, pocos cubatas o cervezas entran. Ni una entera de jamón con aceite. Los nervios te hacen ser incapaz de comer nada y beber, como mucho, un refresco, pues no quieres tener un percance en mitad del recorrido.

La espera es bonita. Son varias horas en las que saludas a gente que no sabías que formaban parte de la Cabalgata, aprendes de otros que llevan muchos años saliendo y aportan los trucos que le da la experiencia: «niño, ponte un imperdible en el cinturón, que como se te caiga no te devuelven la fianza». «Los zurrones póntelos por dentro de la capa, que hay gente que mete la mano». «El calcetín sobre los zapatos, pero no le pongas cinta adhesiva, que te puedes resbalar».

También había dos o tres que querían ser los protagonistas y empezaron a beber de una botella en la que había más anís que agua.

16:15. La Cabalgata empieza a salir. Ya estás en la puerta y ves las primeras caras de los niños. La enfilas igual que un gladiador salía a la arena del anfiteatro. Antes de pasar por el dintel te abrazas con tu amigo Juan José y le deseas un buen recorrido. Primer puñado de caramelos al cielo para esos niños a los que no les va a llegar, pero sí están presentes.

Al principio te sientes desubicado. «¿Tendré caramelos suficientes? La próxima recarga es en San Roque, tengo que guardar hasta llegar allí. ¿Estará bien colocada la persona que me tiene que entregar la bolsa?». Eso es lo que piensas durante el primer minuto, luego es otra historia.

Los zurrones parecen que tienen un agujero. Tiras caramelos por encima de tus posibilidades. No quieres que haya ningún niño sin dulces ni juguetes.

Los niños van con bolsas abiertas para que le eches ahí los caramelos. «Pon la mano y te los doy». La recompensa no es conseguir cuantos más mejor. La recompensa es llenar el tanque de la ilusión para que cueste dormir esa noche.

Luego están las personas mayores que te meten la mano en el zurrón, se agolpan cuando estás llenando la bolsa para que le des una pelota de 10 céntimos e incluso, te llegan a increpar.

-Vaya beduino tieso que no tiene nada- dice una mujer de 67 años en la calle Asunción.

Sales con siete kilos de caramelos y otro más de tonterías. Cada recarga son otros siete de caramelos y otro de tonterías. Vas cargando todo el recorrido. Cuando llegas a Asunción, las fuerzas no son las mismas que cuando estabas pasando por la estatua del Cid Campeador, pero fue en esa calle donde ocurrió el motivo por el que uno saldría todos los años.

En primera fila se encontraba un joven en silla de ruedas con parálisis cerebral. El chaval tenía una cara de ilusión que pocas veces he visto en mi vida. Los caballos que cierran el cortejo de beduinos estaban pegados a mi espalda, empujando, pero aproveché para tirarle un puñado de caramelos en su regazo. Su familiar me gritó: «pregúntale cómo se ha portado». Me quedé un segundo pensando y le hice la pregunta. «¿Te has portado bien?» El joven asintió con su cabeza como pudo y le volví a echar más caramelos.

Ese ha sido mi regalo de Reyes de este año. No necesitamos cosas materiales. No necesitamos el regalo más moderno ni el más caro. La sonrisa de un niño es la mayor recompensa y la responsabilidad de sacarla es del beduino.