La ‘Revolución’ y el poeta

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03 may 2021 / 08:41 h - Actualizado: 03 may 2021 / 08:44 h.
  • La ‘Revolución’ y el poeta

Nos pauvres yeux humains ne peuvent plus le voir

Il est parmi les miliciens qui veillent le soir.

Allá por la década de los años 60 del siglo pasado, en la República de Haití, gobernada por el dictador François Duvalier y en plena efervescencia de su aniversario al cumplir 60 años el 14 de abril de 1967, escribió estos versos arriba citados el poeta Gérard Daumec (se pronuncia Dómek), versos que traducidos al idioma español quedan así:

Nuestros pobres ojos humanos ya no pueden verlo.

Está entre los milicianos que vigilan de noche.

Poesía dedicada al jefe de la “Revolución”, el excelentísimo doctor François Duvalier, para emplear una fraseología propia de la época. Los milicianos a los que se refiere son los famosos y temidos Tonton-Macoutes, responsables de las múltiples atrocidades perpetradas bajo la égida del dictador.

No dispongo de información que me permita afirmar si Daumec cursó o no estudios universitarios, pero estoy casi seguro de que terminó la secundaria y se reveló como un hombre inteligente, capaz de atraer la atención y ganarse el respeto e incluso la admiración del dictador, lo que generó recelos de una gran parte de los gerifaltes del régimen y le granjeó enemistades. Tuvo una influencia notable sobre la dirigencia duvalierista que era consciente del magnetismo que ejercía sobre el jefe supremo, quien, a su vez, no dejaba de manifestarle su simpatía y sintonía. De baja estatura y de aspecto frágil, pero de andar dinámico, vivía en la primera planta de una casa que era frecuentada por altos dignatarios del gobierno, situada a escasos metros del Cuartel General de las Fuerzas Armadas, y desde donde se podía distinguir nítidamente el palacio nacional de la república. Como todo ser humano con acúmulo de poder, además de sus pocos amigos incondicionales, se formó a su alrededor una cohorte de aduladores que querían gozar de ciertos privilegios o que le pedían favores, y lo veía a veces reunirse al atardecer con sus amistades, sentados en sillas trasladadas a la acera que rondaba un pequeño jardín público, ubicado justo en frente de su vivienda, para conversar. Tertulias amenizadas con copas del famoso y autóctono ron de caña de azúcar, Barbancourt.

Ignoro cuándo y dónde se fraguó la amistad entre Duvalier y Daumec, pero la relación entre el presidente y el poeta era fluida, tintada de cordialidad y de afecto; hablaban frecuentemente por la noche, según el escritor Jean Forival. Se rumorea que un día, durante una llamada telefónica con el dictador, sufrió una lipotimia y se cayó al suelo. Interrumpida bruscamente la comunicación, el jefe de Estado, inquieto y preocupado por la suerte de su amado trovador, mandó enseguida un soldado a averiguar lo que le había ocurrido a su más que estimado amigo Gérard.

Oficialmente, el autor no ocupó ninguna función o puesto dentro del gobierno, pero era muy escuchado por el tirano. Entre ambos existía una relación casi paterno-filial y el poeta se dirigía a él llamándole “papa”, apunta Florival, amigo de Daumec. Se sintió muy identificado con el ideario político de su mentor, recogido en “Breviario de una revolución”, extractos del libro “ Las Obras Esenciales”, escrito por el estadista, una imitación del manual rojo de Mao Zedong. Fue uno de los tenores de la pretendida “revolución” y representó el símbolo del éxito social para una parte de la juventud. En contra de sus reconocidas cualidades intelectuales, contribuyó a empobrecer el panorama de su país, colaborando con un gobierno abyecto y dejándose llevar por sus desmesuradas ambiciones personales. No parecía que le obsesionara convertirse en un hombre rico, pero estaba ávido de poder. Instigador, al parecer, de luchas intestinas y de intrigas palaciegas que irritaron y defraudaron enormemente al dictador, su relación sufrió un duro revés y el autor que ayudó al autócrata a escribir una de las páginas más oscuras de la historia del país se vio víctima a su vez del régimen infausto que colaboró con fervor a erigir, y cayó fulminantemente en desgracia en el año 1968. Su vida desde entonces no estuvo exenta de serias dificultades, hasta su óbito ocurrido unos años después.

François Duvalier, licenciado en medicina y un enamorado de Mustafa Kemal Atatürk, el padre de la Turquía moderna, fue el triunfador de los comicios celebrados en septiembre del año 1957. Las ideas troncales preconizadas en su programa electoral, basadas en el progreso de la mayoría de piel negra y en la renovación nacional, se quedaron en saco roto. El culto a su persona, su aire mesiánico, la corrupción rampante, el despilfarro de la caja pública, aliados a una burguesía despojada de todo sentimiento patriótico, fueron la nota dominante, y él se mantuvo en el poder eliminando físicamente a sus opositores. Anticomunista visceral, fue instalando una atmósfera de terror que provocó distintos sufrimientos: desmembramiento y pauperización de familias, miseria moral, exilio y muerte, entre otros. En el año 1964 instó a modificar la Carta Magna para declararse presidente vitalicio.

El doctor, en alguno de sus discurso, habló de entregar en el momento oportuno el poder a la juventud y el escritor hasta llegó a pensar que podría ser su delfín, de acuerdo con Florival, pero a principios del año 1971, el sátrapa, sintiendo cercana su muerte, ordenó cambiar nuevamente la constitución a fin de otorgarle el derecho legal de designar a su sucesor, y algunos días más tarde hizo oficial su elección a favor de su vástago Jean-Claude, de tan sólo 19 años de edad. Apodado ”Papa Doc”, el mandatario falleció el 21 de abril de 1971 a consecuencia de las complicaciones derivadas de la diabetes que padecía, y al día siguiente su hijo juró el cargo como presidente de la nación, siendo el más joven de su tiempo. Sus exequias, acompañadas de diez días de luto nacional, se celebraron tres días después. Fue un funeral cantado por Guy Durosier, un músico haitiano que durante años estuvo viviendo en el extranjero. La dictadura entraba en una segunda fase y se calcula que el balance de los muertos que engendró la saga duvalierista, alcanza la cifra de 40.000.

Bajo el epígrafe de este texto, he querido esbozar la afinidad que existió entre estos dos personajes: el omnipotente doctor presidente, de siniestra memoria, y el defenestrado poeta.