También llamada leonina, según atienda usted al nombre o al apellido del artista, es esa suerte del toreo dialéctico con la que el vicario de la Archidiócesis, Teodoro León, triunfó el domingo en el ruedo de la Capilla Real de la Santa Iglesia Catedral durante la celebración del trascendental Cabildo de Toma de Horas. Inusitada expectación, medios de comunicación como hacía tiempo que no se veían a tan temprana hora del Domingo de Laetare y lleno de no hay billetes ante lo que se prometía como una cita crucial para el devenir de nuestra Semana Santa o, al menos, eso pensaban algunos. Cierto es que el maestro se allanó el camino antes de hacer el paseíllo, comprometiéndose con los hermanos mayores del Jueves Santo –su particular tendido 7 de Las Ventas cofrades– a tomar cartas en el asunto y vaya si las tomó. Todos esperando una Toma de Horas para la historia, algunos frotándose las manos con la posibilidad de algún rifirrafe siempre dentro de lo fraterno, faltaría más, y llegó el comandante y mandó a parar. Fueron dos capotazos, pero qué dos capotazos. De los de la mejor época de Curro Romero. «El año que viene seré yo el que fije por decreto la hora de comienzo de La Madrugada» (ole) y «este cabildo se celebrará aquí en la Capilla Real, pero en lo sucesivo yo pondré la fecha» (y ole). Y allí todos con un palmo de narices, pero muy conscientes de que al hombre le asistía toda la razón del mundo.
Porque estarán conmigo en que la Cuaresma casi se nos ha ido entre itinerarios, cruces de cofradías y minutos que se ponen y se quitan, restándonos sólo un par de semanas para atender al verdadero sentido de este tiempo de preparación. Hagan el ejercicio de leer en las hemerotecas y escuchar en las fonotecas las páginas y los programas cofrades escritas y emitidos desde el Miércoles de Ceniza y verán como les sobran dedos en una mano para encontrar los que no han hecho referencia al asunto de marras si es que los encuentran. Así es que si don Teodoro pone pie en pared con todo esto, petición mayoritaria, dos orejas y salida a hombros por la puerta grande... Y es que en el fondo, seguimos siendo como niños.