La deriva autoritaria tomada por el Gobierno, en carrera ascendente desde el ascenso de Felipe González, y el remate de Aznar hasta el despotismo de Rajoy está alcanzando tal grado que está negando de hecho el derecho a la democracia. Detener y esposar a una persona por manifestar su repulsa a la monarquía, mantener baldías grandes fincas cultivables y hurtar a los campesinos el derecho a su manutención, dictar leyes en contradicción con otras y con la misma Constitución, para favorecer a grandes empresas nacionales e internacionales, y para eximirse a sí mismos del cumplimiento de las primeras, o para impedir la difusión y el conocimiento de los errores (y horrores) de las Administraciones y de las fuerzas de seguridad, hechas suyas y por tanto negadas al pueblo al que deben obediencia, respeto y colaboración, reducir a represoras a las fuerzas de seguridad, todo esto es propio de regímenes totalitarios. En estas condiciones “cumplir la ley” se está convirtiendo en un ataque a la conciencia de las personas conscientes; están propiciando la necesidad de volver a la protesta e insumisión, están propiciando la necesidad de volver a crear organismos desde dónde practicar una serie y formal oposición, para defenderse de un régimen que nos devuelve a una mal encubierta dictadura. A una Transición que remedie todo cuanto no se hizo en el anterior amago que pretendió pero no alcanzó a ser transición.
Si entonces el PSOE consiguió anular desde dentro los organismos de oposición, para impedir que pudiera darse un cambio real, ahora, como entonces, ocupando el espacio de la izquierda, con un verbalismo opuesto a su práctica, vuelve a hacer el mejor servicio a la oligarquía. A la española, a la europea y a la norteamericana.
En 1974, los numerosos grupos opuestos a la dictadura consiguieron llegar a un acuerdo de mínimos, se unieron en torno a lo que podía unirles: la recuperación de la democracia. En 2018 hace falta la unión de grupos y de personas, porque la inmensa mayoría ni está, ni se siente representada en ellos. Como entonces, dejando de lado los protagonismos, porque los protagonismos romperán cualquier avance actual, como lo impidieron entonces, es necesario comprender y fijarse el objetivo común: recuperar la democracia perdida. Y cualquier partido, cualquier sindicato, cualquier grupo de cualquier clase, se niega a participar o coloca palos en las ruedas, habrá que prescindir, más que eso, huir de su compañía. Porque lo que se necesita, lo que necesitamos, es un sistema democrático, dónde nadie sea esposado por sus ideas; dónde a nadie se obligue a pagar más para enriquecer más a los más ricos; dónde la protección de las leyes a la mayoría, y su cumplimiento, sean el primer objetivo de los políticos. Esta deriva autoritaria, que unos no notan, acomodados en el conformismo y otros no quieren ver desde su ciega falta de compromiso, está haciendo inútil la oposición al franquismo y su lucha por devolver la decisión al pueblo, es decir, la democracia. La democracia será el menos malo de los sistemas políticos, pero es el único en que puede basarse la tolerancia, el entendimiento mutuo y evitar, o siquiera paliar, la utilización del otro en beneficio propio.
La falta de vivienda y de trabajo no se resuelve dando a ganar más dinero a bancos, eléctricas y grandes constructoras e inmobiliarias. La vivienda y el trabajo son derechos, no artículos de lujo con los que sea justo que se permita mercadear. Sólo la regulación de estos sectores puede aportar un mínimo de Justicia social a un pueblo demasiado castigado por la falta de una industria productiva y el empuje permanente de la derecha y la ultraderecha en beneficio de quienes más tienen.
En los pueblos que han sufrido revolución hay un mayor nivel de Justicia, esa es la asignatura pendiente de España, que tiene solución todavía, cuando ya la revolución violenta es imposible pero hay espacio para una revolución de las estructuras propias de una democracia incompleta. Por mucha fortaleza que tengan los movimientos anti sociales, hace falta hacerles frente. Hace falta un gobierno fuerte, no para imponerse a la población, pero sí para imponerse a la injusticia.