‘La última tentación’ es la nueva invención televisiva que promete audiencias disparadas y seguimiento masivo en redes sociales. Es continuación del exitoso programa que se llamó ‘La isla de las tentaciones’. Consiste en llevar a una isla a personas que ya fueron infieles a sus parejas en programas emitidos anteriormente para enfrentarles a nuevas tentaciones. Es decir, las estrellas del programa son personas que ya demostraron frente a las cámaras su falta de vergüenza para traicionar a sus parejas, su falta de pudor para meterse en una cama inesperada y la falta de escrúpulos para convertir sus cosas de alcoba en algo público y, sobre todo, rentable. No hace falta decir que si la infidelidad es espectacular y genera un sufrimiento intenso en una de las partes, o que si el número de infidelidades por protagonista es más alta que la media, las audiencias se disparan y los protagonistas son mucho más cotizados. Es lo que venimos conociendo como televisión basura, lo que siempre se calificó de casposo y lo que solo pueden protagonizar descerebrados deseosos de poder acceder a una forma de vida tan fácil como indeseable.
Vender tu intimidad por cuatro duros es cosa de miserables sin remedio que terminan siendo juguetes rotos. Pero parece que comienza a extenderse la idea de que esto es divertido una forma de vida tan decente, tan buena o tan profunda como otra cualquiera.
Trapos sucios, asuntos de alcoba, incontinencias verbales, sexuales y mentales (a los concursantes se les va la cabeza con facilidad y dejan que sus pocas e insignificantes ideas pongan todo perdido), fiestas en las que la máxima diversión consiste en hacer el gilipollas o acostarse con ese que se hace llamar ‘tentación’, y discusiones fuera de control; son los ingredientes fundamentales de un programa tan patético como visto.
Si no quieren sufrir más de la cuenta, pueden hacer lo que servidor: miras el programa durante diez minutos y ya sabes de qué va la cosa. Cada programa es igual que el anterior. Solo cambian los protagonistas de las lágrimas, del revolcón, del grito o de la actitud histérica. Luego pueden dedicar su tiempo a cualquier cosa que no tenga que ver con perder el tiempo frente a la pantalla del televisor comprobando que, efectivamente, el ser humano es mezquino, muy mezquino. Eso y que hemos convertido lo perverso, lo sucio y lo íntimo, en motivo de alabanza.
Una pregunta: ¿qué pensarán los padres y madres de estos jóvenes viendo lo que hacen en sus ratos libres? ¿Merece la pena tanto sufrimiento criando un hijo para recibir a cambio esa cochambre?