Viéndolas venir

La utopía del fútbol

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Álvaro Romero @aromerobernal1
10 dic 2019 / 08:40 h - Actualizado: 10 dic 2019 / 08:43 h.
"Viéndolas venir"
  • El centrocampista Joaquín Sánchez del Real Betis. EFE/José Manuel Vidal
    El centrocampista Joaquín Sánchez del Real Betis. EFE/José Manuel Vidal

La mayor hazaña de Joaquín en el último partido del Betis no fue ser el primer jugador de 38 tacos que metía tres goles en un cuarto de hora, y a un equipo tan grande como el Athletic, sino seguir siendo quien es a pesar del hito.

Me emocionaron sus rápidas reflexiones tras el encuentro. Cuando le preguntan por lo conseguido, él reconoce que ha sido la primera y la última vez, es decir, una raya en un pozo, como si hablara de la suerte del principiante y no de la humildad de un capitán; y cuando le aventuran ese cuarto gol que pudo haber sido pero que le paró el portero, él no se deja engatusar con el sueño de grandeza inflada, sino que, antes al contrario, reconoce que estuvo a punto de caerse “por llegar más seco que una mojama”.

Hay que estar hecho de otra pasta para seguir siendo quien se es, el chaval de El Puerto que, con los años, se ha convertido en el jugador bético que más partidos ha disputado en la Liga de Primera División.

Esa humildad natural que no le resta gracia me ha hecho preguntarme por esa utopía que nadie parece concebir a estas alturas: ¿tan difícil sería que cada equipo en la Liga contase exclusivamente con jugadores nacidos en su tierra? Ya me sé el argumento de que el fútbol es un negocio mayúsculo que no puede permitirse estos romanticismos, pero piénsenlo por un momento: que cuando alguien sienta simpatía, pasión o cierto tirón por el equipo de su ciudad sea porque quienes hacen grande a ese equipo son del mismo sitio donde nace esa admiración, ese orgullo de patria chica, esa razón para defender los colores simbólicos de una bandera o una camiseta que, de otra forma, se vacían de contenido porque asumen los colores de los billetes, el manido argumento mercantilista de que siempre gana quien más invierte; que los partidos no los ganan los jugadores de aquí o de allá, sino las grandes empresas que fichan desde sus despachos a jugadores de cualquier parte del globo para convertirlos perpetuamente en mercenarios temporales.

Yo soy de un pueblo que me facilita la ilusión. Es fácil imaginar un equipazo de aquí con Jesús Navas, Fabián Ruiz o Ismael Gutiérrez, y no digamos ya lo que hubiera sido desandar el tiempo y las desgracias para incluir ahí a José Antonio Reyes o Dani Ceballos, del pueblo de al lado, pero estoy seguro de que en cualquier latitud de España podrían cerrar los ojos para componer un puzle parecido. Y no creo que ese planteamiento sea un reduccionismo ni conceptual ni mercantilista, sino un verdadero reto para el deporte en equipo que ha de catapultarse a lo universal desde lo verdaderamente local, desde el sentimiento que despertaría en cada afición ser conscientes de que tal goleador o tal portero paseaba hace nada por tu barrio; que todos y cada uno de los que hacen grandes unos colores o el nombre de una provincia, de una comunidad, son de los nuestros y por eso nos representan de verdad, no porque los hayan comprado aquí, sino porque fueron paridos o vividos aquí, lanzados a la vida para engrandecerla desde la oportunidad que la vida misma les ha dado en un deporte tan pasional, tan colectivo, tan solidario y tan simbólico como el fútbol.