Para los que ya tenemos bastantes años y vivimos una infancia en blanco y negro y para las personas hipersensibles, pocas películas habrá tan sublimes y a la vez deprimentes como Cinema Paradiso. La última vez que me la sirvieron en TV no pude verla completa, necesitaba otro estado de ánimo que el que entonces tenía, yo que sé, con más adrenalina, menos déficit de serotonina, menos sensación de que esta vida tan de color, que la pintan tanto de rosa, en el fondo sigue siendo una obra de teatro en blanco y negro pero cada vez con un final triste más próximo.
Algo similar me ha sucedido con la serie Cuéntame lo que pasó: en el momento en que pasaba la etapa de la vida en blanco y negro de aquel barrio en blanco y negro y llega el color de los años 80 y 90 no puedo seguir adelante. Los años me han hecho verlo todo al revés: mi vida en blanco y negro la siento ahora como una etapa en color y la actual en color -que es más verdadera que la anterior- se me ha teñido de blanco y negro. Lo peor es que, como soy consciente de esto, al final tampoco puedo soportar observar de nuevo la primera parte de Cuéntame lo que pasó porque es que veo a mi barrio y a sus gentes y todo eso ya está muerto y no me gusta la muerte ni la voy a aceptar nunca.
Los dos protagonistas de Cinema Paradiso -Alfredo y Totó- en las dos primeras partes de la cinta me parecen más felices que en el resto de la película, sobre todo Totó a pesar de su aparente triunfo en la vida, lejos ya de su pequeño pueblo. “Mamá -dice Totó cuando regresa al pueblo donde se ubicó Cinema Paradiso para asistir al entierro de Alfredo-, he venido a ver mi pasado y ahora me parece que nunca salí de aquí”. “Aquí no hay más que fantasmas, debes irte de nuevo”, le contesta una madre tremendamente comprensiva que demuestra lo que es amor restándole importancia a que su hijo no haya contactado con ella en años, algo de lo que culpa no al hijo sino al trabajo que agobia al hijo.
Sé que es muy posible que aún me queden bastantes días de esplendor en la hierba, que ya he sembrado mi pequeña huella en este mundo, más fea o más bonita, ahí está. Y eso es todo, algo triste y gozoso a la vez. No pasa nada, la vida del humano siempre suele ser en blanco y negro, a fin de cuentas, puede que hayamos olvidado que una buena fotografía en blanco y negro deja en pañales al más hermoso de los paisajes en color.
La vida de Alfredo en Cinema Paradiso ni siquiera aparece en blanco y negro, está rodeada de niebla, frío, calima y oscuridad, por eso anima a Totó a marcharse. Es entonces cuando Totó, después de haberse empapado de color en la ciudad, se da cuenta de que la verdadera belleza, el verdadero sosiego, tiene un aspecto blanco y negro. Y con ese consuelo dichoso y cruel a un tiempo, regresa a la ciudad, se sienta en una butaca de una sala cinematográfica y se emociona viendo un pase de besos y más besos: la herencia de Alfredo. Todos en blanco y negro.