La Tostá

La vida es la infancia

Image
Manuel Bohórquez @BohorquezCas
30 nov 2020 / 07:25 h - Actualizado: 30 nov 2020 / 07:26 h.
"La Tostá"
  • La vida es la infancia

TAGS:

Si a una vida larga le quitas la infancia, se queda en casi nada. La vida merece la pena por esa etapa. Entramos en diciembre e inevitablemente me vienen a la memoria los recuerdos de mis años en Palomares del Río, uno de los pueblos más bonitos del Aljarafe, o lo era cuando vivía allí. Llegué con 3 años, en 1961, y no había ni un chalé. Algún caserío a las afueras, solo eso. Memoricé mi primera Navidad porque descubrí los dulces de Carmen Pichardo, socialista, la primera alcaldesa de la democracia en Andalucía. Era compañera de mi madre en el almacén de aceitunas El Pollo, y esta mujer luchadora por los derechos de los obreros en aquellos años, era la encargada de vender dulces de Navidad en su propia casa. Por una compra en las dos o tres tiendas del pueblo te daban unos sellos que al llegar las fiestas los canjeabas por dulces. Cuando mi madre decía vamos a por los dulces a la casa de Carmen Pichardo era como si nos hubiera tocado la Lotería, porque, aunque se guardaban bajo llave en el ropero hasta Nochebuena, alguno caía al llegar a casa con la caja de dulces, de cartón o de madera. Era una tortura dormir cada noche al lado del ropero sin poder abrirlo y comernos una garrapiñada o un mojón de perro. Pepa, mi madre, dormía con un ojo abierto y una zapatilla debajo de la almohada por si a alguno se le ocurría despegar la tapa trasera y sacar un cortadillo. Y si la Omá se quedaba dormida, estaba cerca Popá Manuel, el abuelo, que con solo una mirada te sonaban las tripas. Pero a pesar de aquel férreo marcaje, era un niño feliz en Cuatro Vientos porque todo el campo era mío, con sus caños de agua cristalina, sus huertas, los matos, las lagunas en invierno y las huertas. Dos semanas antes de Nochebuena los niños de Cuatro Vientos empezábamos a reunir leña para las candelas, que se encendían el 24 de diciembre y a veces no se apagaban del todo hasta la noche de Reyes. La de colchones de borra o foñico que mojamos con las dichosas candelas. A veces, cuando paso por Cuatro Vientos me detengo unos minutos y veo a Murillito sentado en su puerta o yendo con su burra al Cucadero para que comiera pasto fresco. A Manolo Parrilla limpiando sus olivos o a mi abuelo sentado al fresco haciendo un soplillo de palma para la copa de cisco. De eso hace ya más de medio siglo, que se dice pronto, y sigo atado a los recuerdos. Creo que era feliz en aquella etapa porque no sabía nada de lo que pasaba en el mundo. Es que no teníamos ni televisor en casa, que eso vino ya cuando tenía 10 años. Entonces, no sufría por nada. Si acaso, por ver a mi madre convertida en una esclava, levantándose cada día a la hora de las gallinas para ir a trabajar, siempre cansada y afligida, sola para casi todo y con más obligaciones que sueños. Hoy sufro por todo y apenas tengo tiempo para disfrutar de lo que me gusta. El recuerdo de la infancia me ayuda a sobrellevar esta otra etapa tan dura y, a veces, sin sentido. Sin memoria, esto no lo aguantaría ni Dios.