Las esclavas del algodón

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Pepa Violeta Pepavioleta
26 may 2019 / 13:21 h - Actualizado: 26 may 2019 / 13:25 h.
  • Las esclavas del algodón

Con junio a la vuelta de la esquina, ya andamos inmersas/os en el cambio de armario para adaptar nuestro vestuario a las altas temperaturas y con la cabeza puesta en la maleta que vamos a llenar en unos días para irnos de vacaciones, es el momento en el que la industria textil se empieza a frotar las manos con regusto. El bombardeo ya ha empezado para convencernos de que es posible darnos el gustazo de cambiar el armario por poco dinero. Y allí vamos VISA en mano, de cabeza a gastarnos la plata, a autoconvencernos de que no es gasto sino inversión y que somos parte de este engranaje altruista que propicia que el dinero circule y el mundo prospere.

La fiebre consumista que tanto se trabaja el capitalismo salvaje, coge impulso para conducir al rebaño y hacernos creer que salir vestidos/as de la cabeza a los pies por menos de 50 euros es posible sin explotar a nadie. Al final los que prosperan son pocos, a costa del consumo de la clase media que se empobrece adquiriendo productos que no sirven para nada, alimentando y legitimando la explotación de seres humanos. Más concretamente de mujeres y niñas, que ganan 11 céntimos por una hora de trabajo. Así, si cuadran los números. Deberíamos haber empezado por ahí. Que ya andábamos un poco locas descifrando el algoritmo que nos haga entender dónde esta el beneficio de esa camiseta tan molona, que acabo de comprarle al dueño del imperio textil más importante del mundo. Con mensaje de empoderamiento femenino, para más inri.

El dato de los once céntimos por una hora de trabajo, sinceramente es para que se nos hiele la sangre y no es el único. Esta extraído del estudio más importante realizado en los últimos años, sobre las condiciones laborales de las empleadas en la industria textil en el tercer mundo. Ha salido a la luz hace poco, para mostrarnos la hipocresía en la que tan bien nos movemos y motivar en cierto modo que algo se remueva dentro de nosotras/os cada vez que decidamos invertir en algodón.

El estudio “Prendas Manchadas” ha sido realizado por el Centro Blum para Economías en Desarrollo de la Universidad de Berkeley, en California. Este informe, habla de que las mujeres y las niñas son más del 90% de la mano de obra barata de la que se nutre Occidente. La mayoría, pertenecen a comunidades étnicas que han sufrido represiones históricas. Explotadas, sin sanidad ni seguros, ellas son las encargadas de dar los retoques finales a las prendas de las principales marcas de moda, según afirma Siddaharh Kara, director del estudio. El objetivo de esta investigación se centra en denunciar las condiciones de estas mujeres y niñas y ponernos la cara roja de paso a todas y todos los que con nuestro dinero, financiamos esta mafia de explotación laboral femenina.

Justo ahora me viene a la mente, las cooperativas textiles de mujeres que conocí hace poco en Marruecos y las mujeres que en 1912 se levantaron, e incluso perdieron sus vidas para denunciar la explotación laboral a la que eran sometidas en las industrias textiles. La huelga de Lawrence, más conocida como “pan y rosas” supuso un antes y un después en el sindicalismo laboral propiciado por mujeres.

Como la tinta penetra en la tela, debemos sentir que la injusticia penetra en nuestras conciencias para tomar las riendas del mundo que nos están construyendo. Que en España nos pilla lejos lo que ocurre en la India, no es excusa ni argumentación válida para no ponernos en marcha. Nos pilla lejos para la protesta y salir a la calle a defender sus derechos, pero para coger la maleta y disfrutar de unas vacaciones low cost y llenarles el país de basura, no hacemos asco a los kilómetros.

Estas obreras de Lawrence pedían derechos laborales, no querían sólo el pan con el que mantener sus hogares y hacerlas independientes económicamente, también querían las rosas, los privilegios que sí tenían sus compañeros por ser hombres. Finalmente, estas trabajadoras consiguieron la implementación de la jornada reducida, el aumento de salarios y el reconocimiento de los sindicatos.

Todo un hito histórico, que deberíamos traer de nuevo a la mente para seguir luchando por aquellas mujeres que aún no están empoderadas para salir a la calle, organizarse y liberarse del yugo que las asfixia y empobrece, como ocurre en estos países del tercer mundo.

Parece que 1912 nos queda igual del lejos que la India, pero no hace tanto que las grandes compañías del oeste, empleaban gran cantidad de mano de obra inmigrante femenina e infantil. Más de la mitad eran mujeres, muchas de ellas, menores de 18 años. Así los patrones de American Woolen Company se ahorraban miles de dólares y aumentaban sus ganancias.

Pero en pleno 2019 la situación no parece que haya mejorado. Ahora, la diferencia es que hemos trasladado el problema a estos países que nos cuesta ubicar en el mapa, donde es fácil invisibilizar, subcontratar, explotar y mantener una estructura con la que se enriquezcan los grandes mercados y nos beneficiamos la clase media en Europa y EEUU.

Como ratifica el informe “Prendas Manchadas”, alrededor de las enormes fábricas textiles de la India, acampan un 95,5% de mujeres trabajadoras. El 99,3% son de una casta inferior o musulmanas. El 99,2% lo hace bajo condiciones de trabajo forzado, por debajo del salario mínimo establecido. El 20% de estas mujeres son menores de 17 años y entre las 1.452 entrevistadas había niñas menores de 10 años. El 6% de ellas trabajaban para pagar una deuda. Evidentemente ninguna pertenece a un sindicato, ni recuerdan haber firmado un acuerdo laboral por escrito.

Cada vez que llenes la maleta con prendas para lucir este verano que pongan “cosidas a mano” por 10 euros, recuerda que la hizo una niña india que podría tener la edad de tú hermana, tú hija o tú sobrina, para que puedas lucir como una influencer, puedas renovar el armario completo cada mes y las multinacionales sigan anunciando beneficios cada año. Trabajarnos estas debilidades es posible, si entendemos que comprar de forma no sostenible e irresponsable, implica decir sí a la explotación. No necesitamos todo lo que nos venden. Como consumidores y consumidoras tenemos el poder de elegir. Usémoslo para demostrarle al capitalismo que somos más fuerte que ellos, que el poder lo tiene la masa a la que pretenden domesticar.