¿Tiene sentido el cante jondo en la actualidad? Digo el cante puro, no lo que hacen Rocío Márquez o Miguel Poveda. Mateo Soleá es un cantaor de Jerez que suena a Mairena, y que lo tiene claro: «Si no pasas fatigas, no puedes ser buen cantaor». Lo dijo hace tres días en un diario digital, lavozdelsur. es. Sin embargo, en el titular se contradijo, cuando aseguraba que «hoy no pasa fatigas nadie». Manolito de María, el cantaor alcalareño, decía que cantaba porque se acordaba de lo que había vivido, y vivió muy mal el hombre, pobre como una rata del castillo árabe de su pueblo. Por tanto, cantaba de manera diferente a Antonio Molina o el mismísimo Juan Valderrama. Cantaba como había vivido. Que un cantaor suene hoy como Manolito o Perrate de Utrera, y se queje en el cante como ellos, es puro mimetismo, como un disfraz, que es lo que caracteriza al cante de los jóvenes de hoy. Conste que los hay que cantan muy bien porque el cante se aprende, aunque digan los puristas que hay que nacer con el metal.
Un conocido bailaor dijo un día que bailaba ya en el vientre de su madre, porque ella también era bailaora de tablao. Me encantan estas historias de los flamencos veteranos, como Mateo Soleá. En vez de llevar a las universidades a flamencólogos que se documentan en libros indocumentados, deberían de llevar a flamencos viejos para que cuenten sus vivencias, anécdotas y penas. Sus fatigas, sí, porque aún los hay que las pasaron en los cincuenta y los sesenta. Estuve una noche en la desaparecida Venta Vega, que estuvo hasta finales de los ochenta en la carretera de Cádiz, con Cepero de Cantillana, el Gordito de Triana, Manolo Fregenal, el Niño de Arahal y el guitarrista Antonio Sanlúcar, el hermano de Esteban.
Todos habían vivido la Guerra Civil de 1936, menos el Niño de Arahal, y habían pasado las fatigas de Cristo. Ninguno de ellos tenía la voz destrozada, eran jilgueros heridos, pero jilgueros que cantaban con la voz envuelta en un velo de miel. El Niño de Fregenal se atragantó aquella noche con una morcilla de asadura de Montellano y casi la palma en aquel templo del cante de cuartito. Cuando se recuperó, cantó unos fandangos de su propia cosecha y los interpretó con tal fatiga, que le dijo el Gordito: «Tienes que comer más morcilla, Manolo».
Cuando les hablas a los jóvenes artistas de estas vivencias no le dan valor alguno. Es más, algunos hasta se mofan de quienes las contamos, con el inexplicable argumento de que el cante es ya un arte universal. Enrique Morente dijo hace décadas que los cantaores ya no nacían en las cuevas. Ciertamente. Pero algunos cantan como si hubieran nacido en una alcantarilla. Y lo importante es cantar bien, no el sonido, porque si hablamos de pureza, algo ya prohibido y pasado de moda, se daba en Fregenal y en Manolito. «Cada uno tiene su pureza», le dijo un día Tomás Pavón a don Miguel de Unamuno en una fiesta.