La medicina, digamos cotidiana, en España, ha empeorado en los últimos años. No hace falta buscar datos, sólo vivirla, se trata de una evidencia. Junto a grandes logros científicos y curativos en Madrid, Barcelona y Sevilla, convive un desastre organizativo por falta de personal y gestión, desde luego, pero también por falta de coordinación entre los sanitarios en general. Las improvisaciones abundan, yo las he vivido como testigo y como paciente. Y me refiero a la medicina pública y a la privada de la que me fío menos que de la pública, aunque la tendencia natural de la derecha sea privatizar. Muy bien, privaticen, pero cuídese de que los médicos que tengan tiempo completo con la Seguridad Social no tengan otro tiempo considerable dedicado a lo privado en diversos centros sanitarios porque puedo comprender que los médicos se sientan o estén mal pagados, lo que no acepto es esa carrera por ganar dinero para luego disfrutar de posesiones y destacarse en sociedad con la distinguida etiqueta de médico. Oigan, que yo por ahora soporto a Muface, pero a mí me ha recibido algún médico de Muface, en lo privado, con una bata blanca y un logotipo del SAS en la solapa. A mí me han tratado con desconsideración sin pensar en mi vulnerabilidad. Y he debido agachar la cabeza en la consulta ante el “hechicero”.
Será un derecho constitucional, pero estas huelgas de médicos son intolerables, ¿van a concienciar más aún a los políticos sobre el problema gravísimo que tenemos encima? Por mucho que se quejen los sanitarios, quienes lo sufrimos en mayor medida somos los ciudadanos. Los tiempos de espera son tremendos, la tensión nerviosa, la ansiedad, están por las nubes y todo eso lo soportamos los paganos de abajo, ante todo los paganos de abajo. Doblemente. Primero, porque la falta de recursos incide en una medicina de peor calidad. Segundo, porque esa falta de recursos más la poca formación del médico en psicología interpersonal y las rutinas profesionales, provocan que el paciente se sienta rodeado de una soledad considerable cuando penetra en un centro sanitario. La carta de derechos del paciente queda a un lado, el paciente puede que no sepa ni el nombre del médico que le ha atendido, le recibe uno y al poco tiempo aparece otro de la misma especialidad -si nos dicen qué especialidad es- que tal vez ni conozca con exactitud lo que tienes por falta de coordinación. El anterior ha terminado su jornada de trabajo y se ha ido.
En lo privado, con Muface, puedes ir a urgencias y no contar con los elementos humanos y tecnológicos adecuados. Hace falta alguien para, por ejemplo, una resonancia o una ecografía Doppler y no hay nadie, viene al día siguiente. Y eso que entras de urgencias. Si te pueden hacer tres pruebas en lugar de una, te las hacen, si te pueden dejar una o dos noches ingresado, sin necesidad, te dejan, si tú te dejas. Paga el Estado. Cuando alguien que se da cuenta de todo esto y lo hace saber con buenas maneras a algún facultativo, te lanza una sonrisita picarona, nada más. Pero ya ha dicho bastante, ahora el resto del trabajo es asunto del periodista, ¿qué está pasando en esa entidad? Si pasa algo de interés para el ciudadano no sé si podremos contarlo en los medios, porque las empresas privadas colocan mucha publicidad por todas partes y eso “compra” voluntades periodísticas como ha sucedido toda la vida en la labor de denuncia del periodismo.
La población de España es vieja y aumenta, a pesar de todo. La gente va a urgencias por eso y porque, todo hay que decirlo, somos muy delicaditos. Un sanitario me decía hace poco que cuando hay sol y el día es bueno acuden menos pacientes a urgencias. Eso no significa que el problema no exista, lo que tiene que hacer el Estado es cumplir la Constitución: levantar una sanidad pública que vuelva a ser la envidia mundial. Racionalizar el gasto del Estado en pro de ese fin, que por mucha democracia y libertad de la que le hablen, al humano, cuando la salud falla, es cuando uno se tropieza con la miseria que significa estar en el mundo. Entonces, todo lo demás pasa a un quinto plano. Ah, saber todo dicho con anterioridad y encima que algunas huelgas de médicos sean descaradamente políticas debería ser un delito. El juramento hipocrático pasa entonces a mejor vida y somos los ciudadanos los que tendríamos que hacer huelgas contra los infractores.