Desde la espadaña

Las manos de Álvarez Duarte

A Sevilla se le ha ido algo muy íntimo con su muerte y muchas capillas de la ciudad han bebido estos días de sombras y nunca han recorrido por sus venas tanto silencio como ahora

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20 sep 2019 / 08:09 h - Actualizado: 20 sep 2019 / 08:11 h.
"Desde la espadaña"
  • Las manos de Álvarez Duarte

Siempre, cuando algo es bello y ha nacido con un noble propósito, su pérdida desemboca en una desolación característica. Cuando un sevillano como Luis Álvarez Duarte abandona la vida terrenal nos preguntamos si la vida precisamente es sólo esa mutación que nos lleva de la destrucción al renacer y caemos en la certidumbre de la ineficacia por lo irremediable. Porque ciertamente habría que llorar no sólo la pérdida del imaginero sino el bello destino que dio a las cosas que él trajo al mundo.

Contemplar las obras de Álvarez Duarte implica sentirnos sevillanos de otros siglos. A partir de hoy, los restos del imaginero los veremos en las iglesias de la ciudad. Y él lo hará entre naranjos y limoneros porque es ahora cuando, encaramado a estas calles de la ciudad y en primera fila, disfrutará todas sus obras de admirada ejecución y restauración. Duarte era un hombre de secretos que logró expresar la belleza y se ha llevado al más allá todos esos momentos deliciosos frente a las imágenes y en el que seguro que encontró la razón del hombre para vivir. Secretos de una pura soledad del imaginero en su taller con gubia en mano y que le llevaría a esos deliciosos momentos de trabajo; cuantos suspiros habrán salido de ese taller para una profesión que él no pudo quererla más ni sentirla más. Confesiones únicas entre un Padre/Madre y su hijo que Lo esculpía poco a poco, minuto a minuto, mirándole a la cara que es como se debe hablar. Es un hecho que con las obras de Álvarez Duarte nos acompañarán los suspiros y hasta querremos encontrar ese yo poeta que tenemos todos. Me imagino a ese adolescente dando forma a la Virgen de Guadalupe y terciando un inesperado diálogo con Ella.

Si Sevilla volviera a sus antiguos conventos de otros siglos, muchos de ellos se ofrecerían para que descansaran allí los restos de Álvarez Duarte. Y supongo que escogería hacerlo entre Triana y Sevilla para no perder de vista a la Esperanza de Triana ni a la Virgen del Patrocinio. A buen seguro que elegiría el Convento franciscano de San Diego donde hoy en día se encuentra el Teatro Lope de Vega con sus huertas del Parque de María Luisa.

Álvarez Duarte ha sabido despedirse sin alterar mucho el tiempo de cuaresma, sin molestar, pero a cambio nos ha dejado un silencio lleno de ecos cuando veamos sus magistrales obras. Esta ciudad donde se descubre que existe un pueblo un día de Corpus o un público inexplicable una mañana temprano de mediados del mes de agosto en la procesión de la Virgen de los Reyes, terminará por encontrar más pronto que tarde que se ha ido un verdadero personaje de la historia sevillana y lloraremos de forma atribulada un adiós a algo que fue muy querido y necesario para el patrimonio de Sevilla y gran parte del mundo. Supongo que en los próximos años saldrán libros de este imaginero llamado Luis pero se me antoja que será un contenido difícil y complejo porque Duarte era mucho Duarte. Definitivamente a Sevilla se le ha ido algo muy íntimo con su muerte y muchas capillas de la ciudad han bebido estos días de sombras y nunca han recorrido por sus venas tanto silencio como ahora. Luis trabajó hasta el último momento y se ha ido un día de septiembre buscando el camino de su Virgen de Guadalupe a un cielo donde encontrará su Sevilla ideal con su nuevo taller, sus gubias y sus encargos más celestiales.

El pasado día entre a ver una de las obras de Luis, el Cristo de la Sed, y mientras Lo contemplaba, una señora mayor, enlutada como hacía tiempo que no veía, hablaba con una amiga y le dijo refiriéndose a Álvarez Duarte -”se nos ha ido un lucero hacía la muerte”- y lo dijo con ese hálito de voz delicadamente vacía y de pena que me apresó cuando lo escuché. Preveo muchas chicotás el próximo abril aunque el maestro imaginero se nos haya ido un día de septiembre con la luz en todo lo alto; y lo hizo sin aspavientos ni teatro. Maestros tiene la historia y Sevilla acaba de perder a uno de ellos.