Las memorias de Griñán

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20 mar 2022 / 06:00 h - Actualizado: 20 mar 2022 / 06:00 h.
  • José Antonio Griñán. / EFE - Raúl Caro
    José Antonio Griñán. / EFE - Raúl Caro

La autobiografía es el género más selecto de la ficción.

Rafael Alberti, Borges, Stephen King, Umberto Eco... Todos ellos practicaron ese onanismo, a veces narcisista, otras redentor.

De todas, permítanme recomendarles las de Ernest Hemingway, halladas tras su suicidio, con lo que es de suponer que las desechó por inútiles antes de marcharse. Pura cirrosis en alguien de quien decían que jamás en su vida bebió agua.

Las memorias se escriben después del sendero descendente de todo ocaso, como destellos de un atardecer naranja que se difumina, en la que la única intención es ser uno mismo quien narre su propio epitafio. Algo así como las esquelas del ABC, sin las que uno resulta ser nada en la muerte sevillana.

En el caso del ex Presidente andaluz, éste ha optado por anticiparse al qué dirán de los Magistrados del Tribunal Supremo.

Griñan solía recomendar a Padura y su novela “El hombre que amaba los perros”. Esto es, el tormentoso transcurrir de Trotsky desde los gulags soviéticos hasta el piolet que le incrustó Ramón Mercader en Méjico y de cómo, decisiones insignificantes, acaban marcando inexorablemente nuestro destino.

Pero me da que nuestro autor aún no ha descubierto que la fama de uno es una cierta forma de neurosis, siempre tan vulnerable a nuestras personales obsesiones.

En España, no rige más mística que el baile de Macarena en el mitin de Vox; o conseguir la última media docena de huevos de la estantería otrora llena.

Así las cosas, el relato del intelectual en política, alejado del aparato y trascendiendo el ahora, resulta inútil, si acabas elogiando a quienes ya te han condenado.

El recorrido existencial de ese Inspector de Trabajo que sabía demasiado, no merecía esa sumisión, ese permiso otorgado que parece, más bien, un privilegio infundado. No le importamos a nadie y la única esperanza es que los hijos no hereden los pecados de sus padres.

He ahí la servidumbre de Griñan, deconstruído con su propia afirmación de que esperar justicia es quimera. La consecuencia natural de haber entregado los sueños de aquel pueblo al que se hurtó el parto de la libertad, parafraseando a García Trevijano.

Y es que por qué no. José Antonio Griñan, el hombre que amaba los perros.