“El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene” dice la carta que el Quijote le escribe a la soberana y alta señora que él imagina y adora.
Dulcinea se parece muchísimo a la Poesía, es más que la musa, es la eterna presencia, el símbolo de las visiones y los sueños, la que siempre está, la inspiradora.
El inicio de la carta es la autobiografía del poeta, ese hombre ferido de punta de ausencia y llagado de las telas del corazón que fue Cervantes y vivió atravesado por la poesía.
“Yo he dado en Don Quijote pasatiempo/ al pecho melancólico” cuenta en Viaje del Parnaso, poema que es un diario íntimo para explicar en verso sus novelas, sus teatros, su obra entera. “Yo que trabajo y me desvelo/por parecer que tengo de poeta/ la gracia que no quiso darme el cielo”. “Desde mis tiernos años amé el arte/ dulce de la agradable poesía”.
El arte dulce de la poesía es Dulcinea.
El Quijote es una andanza poética del caballero de la triste figura que firma la carta, su errancia por las telas del corazón, un lugar de cuyo nombre no quiere acordarse. La primera novela moderna, por llamar de alguna manera a esas salidas al alba que Alonso Quijano escribía en duermevela, en vigilia, en insomnio, para narrar en estado poético al hidalgo caballero.
La maravilla de Cervantes está en las melancolías que todos conocemos, las ternuras, lo que hacemos por un sueño o por una emoción, como si fueran locuras. El nombre del recuerdo y los olvidos. La voz del corazón y las feridas del pecho. “Con poco me contento aunque deseo mucho”.
Los homenajes por el cuarto centenario de su muerte nos muestran otra vez al autor del Quijote, las leyendas, los misterios, pero a mí me emociona más el poeta, Cervantes y su heterónimo Quijano, el pecho melancólico y su errar. “Por eso me congojo y me lastimo/ de verme solo en pie sin que se aplique/árbol que me conceda algún arrimo”.
Un tesoro.
Feliz fin de Feria y hasta el sábado que viene.