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Actualizado: 23 abr 2022 / 15:21 h.
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  • Leamos y dejémonos de monsergas

El mejor homenaje que se le puede hacer al Libro en su día es leer. Yo recuerdo todavía ese placer antiguo de estar tan enfrascado en la lectura de una historia que era capaz de perder las coordenadas espaciotemporales en las que me encontraba. Uno podía seguir fatigosamente los pasos de José Arcadio Buendía por la ciénaga y, de repente, sorprenderse fuera de la sombra ya en la azotea... O tener un nudo en la garganta por la psicología finamente desgranada en 'A sangre fría' o 'Crimen y castigo' y saludarte alguien, de súbito, en la biblioteca de tu pueblo, adonde no recordabas cuándo habías llegado exactamente... O sentir la sangre acelerada sobre el agua verdinegra del aljibe y escuchar, inoportuna, la música del vecino, tan alejada de la música de aquellos versos.

Desde aquel milagro de ir juntando las sílabas para ir descubriendo un puzle tan hermoso como para que te pareciera increíble que todo aquello se hubiera concebido en la cabeza de un ser humano como tú, cualquier lector sabe de lo que le hablo: de ese placer incomparable con los demás placeres de sentir durante unos segundos –con suerte durante unos minutos- que el mundo sería infinitamente más humano si todo el mundo leyera infinitamente más, de ese contradictorio gusto de hacerte el remolón al final del libro para saborear los últimos párrafos antes de salir definitivamente del paraíso...

Porque en cada libro suele haber como mínimo varios destellos de ideas que uno hubiera deseado haber escrito por sí mismo antes de encontrarlas allí y, sin embargo, cuando las haya, tantas veces mejor expresadas de lo que uno hubiera podido hacerlo, ni siquiera siente envidia –ni sana ni de la mala-, sino la paz sosegadora de que, en rigor, todos los seres humanos somos mucho más iguales de lo que nos cuentan y que lo único que nos falta es leernos mucho más unos a otros.

Ahora que vuelven a cambiar por enésima vez la ley de Educación –esa falsa moneda que de mano en mano va-, uno echa de menos que vuelvan a las aulas la consideración, el gusto y el regusto, la valoración, el espacio, el tiempo y las ganas de leer por leer igual que existe esa necesidad de hablar por hablar. Leer en voz alta, en silencio, leer al comenzar el día y al terminar la jornada, leer en casa, a solas, acompañados, leer clásicos y leer modernos, leer novela y leer poesía, leer ensayo y leer teatro, leer ciencia y leer leyenda, leer cómics y leer la prensa, en voz alta y en voz baja, susurrando y recordando. Leer. Porque no solo el mundo, también la escuela y sus resultados mejorarían hasta lo inimaginable si todos nos pusiéramos a imaginar al compás de quienes, como don Miguel de Cervantes, imaginaron tanto... tantos años antes que nosotros.

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