Lecciones perrúnicas

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15 nov 2020 / 04:03 h - Actualizado: 12 nov 2020 / 17:52 h.
  • Lecciones perrúnicas

Los paseos con Atila siempre son... interesantes. Últimamente se ha especializado en encontrar limones y naranjas que adopta temporalmente como pelotas, y digo "temporalmente" porque no tarda mucho en sacarle todo su jugo al juego... Las patea, las muerde, las va empujando con el hocico hasta que quedan aplastadas en la acera, entonces te dedica una perruna mirada de extrañeza como diciendo: "¿y ahora por qué no va?", se queda durante unos segundos esperando el "resucitar limonero" y cuando se cansa, empieza a buscar otro nuevo. A veces, cuando algo me preocupa, salgo con Atila a dar un paseo y pienso que esa "pelota alimonada" es mi quebradero de cabeza, tras unos cuantos patazos ¡eah, se acabó el problema! quizás el divertirse y el disfrutar sea una medicina universal para generar la ansiada paz mental... Desde luego, a mí me funciona.

Hace unos días, mi chico y yo habíamos salido de paseo con Atila, mi curioso Pastor alemán se encontraba inmerso en sus juegos, cuando de repente, por nuestra misma acera, apareció un chico con un cachorro, también de Pastór alemán... Fue como tener un déjà vu, me parecía tener ante mí a las dos versiones de Atila: la actual -de casi 3 años- y la pasada -de 3 meses-, me resultó tan curioso el encuentro perruno que no pude evitar hacerles una foto...

Al mirar la foto, pareciera que se tratase del mismo perro que ha viajado al pasado (o al futuro) para encontrarse consigo mismo y darse algún tipo de mensaje ¿qué? ¿qué eso no puede suceder?, bueno, que se lo digan a Marty Mcfly...

Django -así se llamaba el cachorrito- no paraba de ladrarle a Atila, encontrándose a escasos centímetros de su hocico; Atila se limitaba a mover el rabo, a olisquearlo y sacar la lengua mientras le dedicaba una mirada de curiosidad a su "mini-yo" que insistía en continuar en "modo ladrador", ahí es cuando hice la foto. La escena tenía cierto matiz cómico porque eran como el punto y la i, sólo que el punto intentaba "asustar" a la i. Me senté en un banco para seguir observando y Django, haciendo alarde de su cachorrería, se puso debajo de mis piernas, lo acaricié y me mordisqueó las manos con sus dientes de alfiler... Atila no perdía detalle de lo que pasaba.

Este momento "perrúnico" empezó a darme en qué pensar, pues los humanos guardamos ciertas similitudes con el comportamientos de los dos protagonistas de este encuentro. A veces, somos como Atila, tenemos una actitud madura y comprensiva ante la versión más joven que nos ladra porque, haciendo un ejercicio interior de empatía, recordamos que en algún momento estuvimos en el lugar Django y que esos "ladridos" probablemente se deban a miedo o desconocimiento, por lo que no deben ser contestados de igual manera; en otras ocasiones, adoptamos de la actitud ladradora de Django, confusos o asustados, "ladramos" a la versión madura, sin tener en cuenta que se encuentra en una posición ventajosa y que si lo hacemos enfadar, probablemente salgamos perjudicados. Sí, creo que todos somos un poco "Atilinos" y "Djanguinos", lo que queda claro es que con nuestro comportamiento diario vamos forjando nuestro destino...