Lectura versus pantallas

Image
28 sep 2021 / 06:00 h - Actualizado: 27 sep 2021 / 14:52 h.
"Opinión"
  • Lectura versus pantallas

TAGS:

Parte esta opinión de un cierto desánimo vital por el que vengo naufragando, relativo al valor de la Cultura y que al oír al Ministro de Finanzas de Francia en una intervención que se ha hecho (relativamente) viral (viral entre los que amamos y defendemos la Cultura) sobre el valor de la lectura, se me ha exacerbado de manera especial.

Dice este Bruno Le Maire que estamos en un combate. Un combate entre la lectura y las pantallas (aunque aclara -por no hundir la industria, imagino- que no las de cine...). Les dice a los jóvenes: «Leed. Apartaos de las pantallas. Salid de las pantallas. Las pantallas os devoran, la lectura os alimenta. Esa es la diferencia».

Yo no creo que este combate sea otra cosa que el dolor habitual de una transición, quizás de una evolución (positiva). Recuerdo cuando mi madre me decía que los libros me iban a devorar, que me pasaba el día ahí metido en esos mundos, totalmente ajeno a la realidad (no iba a comer cuando ella me llamaba).

Es verdad, como dice el Ministro francés, que es un maravilloso misterio «que una persona totalmente desconocida, a la cual nunca hemos visto, y a la que probablemente nunca veamos, nos susurre al oído, en el silencio de la lectura, cosas que nunca habríamos comprendido sobre nosotros si no las hubiéramos leído». Pero el cine y las series también hablan de nosotros, nos ponen ejemplos vivos cada día y, por supuesto, que nos enseñan a vivir. Dice Le Maire que «la lectura va a desarrollar nuestra imaginación, nos va a permitir abrirnos a mundos radicalmente nuevos, en los que no habríamos entrado si no fuera por las palabras». Pero ¿es que acaso el cine con su potencial extraordinario no nos ha hecho vivir sensaciones y experiencias totalmente nuevas, originales e imaginativas? Es verdad que el método de acceso a nuestro cerebro es distinto, pero ¿tenemos seguridad de que sea peor?

En los videojuegos no sólo se nos muestran también mundos imaginarios y nuevos, sino que en ellos los protagonistas somos nosotros. No es Don Quijote con su lanza arremetiendo contra los molinos, soy yo quien arremete con lo que se me ponga por medio. No es un protagonista inventado por otro quien se mueve por otros mundos, soy yo por medio de mi avatar quien camina por las tierras de aventuras. Dice el ministro que las pantallas, «por desgracia, no os permitirán desarrollar vuestra libertad», cuando es justamente ese el atractivo de los videojuegos: dar libertad para vivir una aventura fantástica. Para un adolescente hoy en día, ver a sus padres viendo una película es un acto adocenante de falta de libertad, los personajes van a hacer lo que su autor quiera (en la mayoría de las veces en beneficio de la trama, no de la verdad de la historia: por ejemplo, casi siempre terminan bien, cuando en la realidad no es exactamente así...), mientras que ellos van a hacer, actúan y ejecutan lo que realmente desean estableciendo sus propias estrategias. La diferencia entre leer y jugar -permítanme la burda comparación- es como ver un vídeo porno y hacer el amor. En la primera es algo pasivo y en la segunda es activa.

Dice el ministro que «La literatura os da libertad. Las palabras os dan libertad para construiros y ser quienes sois. Cada uno de vosotros es único. La literatura y los libros os permitirán descubrir hasta qué punto sois únicos. Cada persona es única, y es la literatura la que nos lo enseña». Pero, perdone usted señor ministro, donde realmente uno es único y libre es siendo autor de su propia aventura, y eso sólo lo dan los videojuegos (y la vida).

Dice el ministro que leyendo las emociones de los personajes «os harán comprender que formáis parte de una comunidad que siente las mismas cosas, que no estáis solos». Pero si es por formar comunidad, ¿qué mayor comunidad puede haber que la de decenas, centenares, miles de jugadores conectados en una misma historia? Hablan por sus micrófonos, gritan, ríen, establecen estrategias... Ese argumento tampoco vale.

Creo que hay un problema al hablar de los libros: valoramos los libros porque han sido, sobre todo, fuente de conocimiento. Pero eso lo han conseguido los libros de ensayo, libros científicos de cualquiera de las disciplinas, desde las humanísticas a las sociales y naturales. Y la literatura se ha enganchado a la cola de sus valores «como si» fuera lo mismo. Pero la Literatura no es conocimiento o no es una forma de conocimiento de la misma efectividad que el ensayo (ya sé que María Zambrano hablaba de la poesía como una epistemología, y tenía «cierta» razón). (Ahora, por favor, no se me crucifique, soy profesor de Creación Literaria en la Universidad y, quizás, precisamente por eso, puedo «atreverme» a decir todo esto).

Por todo esto, a la hora de comparar la Literatura con las «pantallas», no creo que las pantallas tengan tantos defectos como para salir perdiendo. Lo que sí tiene importancia es el tiempo que nuestros hijos pasan pegados a las pantallas en detrimento de la adquisición de conocimiento. El problema es que ahora también hay otro mito sobre que todo el conocimiento está al alcance de nuestros ojos, a un clic, en una, precisamente, pantalla. Pero por más que el conocimiento esté en Internet el problema es que nadie desea conocer lo que no sabe que existe. ¿Quién buscará en Internet la maravillosa música de Geminiano Giacomelli si no sabe ni que existe? ¿Quién bicheará los libros de Antropología Simbólica de Cliford Geertz si ni sabe que existe? ¿Quién se interesará por el cálculo de velocidad en un tren epicicloidal si nadie nos ha hablado nunca de su importancia?

Ahora bien: entre un libro científico y un documental científico podría ser que también el buen documental superara a la solitaria palabra con gráficos del papel. Ni en esto ganan los libros, siempre que consideremos que la principal función de los libros de ensayo es comunicar un saber, la imagen con explicaciones y con todo tipo de recursos básicos la puede mejorar.

Y luego está la existencial cuestión de fondo con la que comencé esta columna y que me tiene algo desanimado: ¿Ha habido tanta diferencia entre los que leímos cientos de libros con los que no los leyeron? Vivo en esa duda. Muchos cazurros iletrados de mi generación poseen vidas de gran dignidad, satisfacción y placer, y son tan felices o desgraciados como los culturetas ochenteros. De hecho, muchos cultos desprecian a la masa por ser ignorante; o sea, la cultura les ha servido justamente para lo contrario de lo que debía servir: deberían ser tolerantes y se convierten en elitistas. La Cultura, así, se ha convertido en el elitismo de los pobres...