El pasado viernes 26 de febrero se presentó en el Ayuntamiento una moción que sembró la inquietud de muchos católicos y cofrades de la ciudad. Una propuesta osada de erradicar del ámbito municipal cualquier relación institucional con la Iglesia y sus asociaciones, de sacar del callejero a santos, devociones o personalidades cívicas de signo religioso. Este nubarrón negro en el horizonte, en plena Cuaresma, hizo sacudir muchas conciencias sevillanas. Afortunadamente la cordura se impuso sobre la sinrazón. Pero pasado el nubarrón habría que refrescarles a estos dos grupos políticos dos simples conceptos, viendo que el modelo del Estado Social y democrático de Derecho –que nuestra Constitución proclama– no acaban de comprenderlo ni asumirlo. El primero es el de libertad. Cualquier persona o grupo debe poder manifestar su fe y creencias, y el resto de la sociedad debe ser respetuoso con ello. Basta de ataques (como los de Barcelona) desde las instituciones. El segundo el de respeto por las creencias mayoritarias, por la historia y la tradición, por la labor cívica de personas y entidades religiosas... ¿Acaso la impresionante labor social de las hermanas de la Cruz, de las cofradías o de las órdenes religiosas no merece ser valorada públicamente por el hecho de tener un significado religioso?
Las cofradías sevillanas están insertas en la sociedad civil de manera muy notable. Articulan la ciudad como ninguna otra institución. Son instrumentos valiosos no sólo para transmitir y practicar la fe católica, sino para materializar una enorme labor social. A nadie se le obliga a creer a la fuerza, a practicar la religión por decreto. Mantener calles a personalidades católicas, a santos o a imágenes devocionales es una exigencia de respeto a las creencias mayoritarias del pueblo. Piensen como ateos si es su opción, pero por favor, no traten de arrinconar ni de erradicar de la piel social todo signo de religión o creencia. Basta con que conjuguen el verbo convivir y con que practiquen la tolerancia. ~