Hoy es el día del libro y se supone que un libro va unido a un catedrático y como cada vez veo a más catedráticos metidos a políticos, miren por donde este rinconcito que con tanta amabilidad me ha concedido este diario me va a permitir abordar dos temas en uno: el del libro y el de estos académicos políticos.
Cuando uno llega a catedrático -yo estoy dentro del estatus- creo humildemente que no lo hace para ejercer la política en primera línea o para ganar dinero en todos esos lugares que el estatus te permite abarcar. Lo hace sobre todo para ser una cabeza más -lo más destacada posible- de la vanguardia del conocimiento. La cátedra no es el fin de nada sino el principio de una responsabilidad mayor que la que ya se tenía antes: la de crear o consolidar una escuela científica en cualquier ámbito del saber para que quede ahí cuando debas jubilarte o mueras. Ambos extremos exigen publicar libros y artículos de referencia tanto con estilo académico como con lenguajes asequibles a los públicos. Les aseguro a ustedes que hasta lo que se nos presente más complicado de entender se puede explicar con palabras sencillas y que a veces escribir en modo supuestamente académico es más una pose que una forma de rigor. En este sentido, tenemos una enorme ventaja sobre los demás quienes procedemos de la profesión periodística o de la creación literaria porque manejamos mejor el lenguaje, a mí me han entregado al menos un par de profesores médicos, que recuerde ahora, textos de libros antes de editarlos para que les repasara el estilo y eso que yo reconozco que me queda bastante por aprender todavía.
El conocimiento, la ciencia, son dos de las razones por las que uno necesitaría más de una y de dos vidas para poderse morir medio tranquilo. No terminan nunca. Si tengo esto en cuenta es normal que no me caigan bien los catedráticos que se colocan en la primerísima fila de la política. En estos momentos, sobresalen en esos menesteres el ministro Manuel Castells y el candidato del PSOE a la presidencia de Madrid, Ángel Gabilondo. Como catedráticos son magníficos, como políticos, para llorar. Los libros sobre la sociedad digital y sobre las interrelaciones poder-comunicación del profesor Castells son concienzudos y necesarios para cualquier persona que desee formarse en estos campos. Su actitud como político está empañando su valía como académico ante el gran público, que no ante mis ojos porque cuando sus palabras se tornan más hondas aparece el catedrático, lo que sucede es que esa profundidad no les interesa a las grandes masas. Tal vez el profesor Castells ha querido saber desde la primera línea de qué va la política española y marcharse porque de hecho ya ha anunciado que se va en cuanto pueda.
Por lo que se refiere a Gabilondo, no maneja bien las claves de la dialéctica política y se le ve ridículo, como filósofo, simplificando la vida entre derecha e izquierda y aguantando que un muchacho de ambición negativa que falsea su tesis doctoral como es Pedro Sánchez salga a tutelarle y a contradecirle. Gabilondo era en la universidad más político que científico o filósofo porque quien es primero un servidor del saber eso no lo aguanta. En principio, me cuesta afrontar un libro de Ángel Gabilondo porque ya sé que parte de una determinación intelectual y emocional y que ha colocado su talento al servicio no sólo de un partido sino de un sector de ese partido, en lugar de limitarse a ser un cerebro asesor en segunda línea más que un teórico líder.
Desde luego hay catedráticos académicos, catedráticos políticos y luego una clase intermedia de catedráticos que, aunque estén arriba en la política, se nota que no se han olvidado de la cátedra. A los primeros se les ve que están en corral ajeno en lo que se refiere a los más altos puestos no sólo de la política sino de la propia gestión universitaria. A los segundos se observa que se les va a dar bien la política como le ocurrió a Manuel Fraga. Los terceros son, en efecto, una tercera vía, y me acuerdo de Manuel Clavero, García Añoveros y, sobre todo, de Tierno Galván. Como periodista, he cubierto mítines de Enrique Tierno Galván que más que mítines eran lecciones de ética, mi espíritu entonces joven salía de ellos como encantado.
Dicho esto, desde el punto de vista de los libros, comprendo que habría que leerlos a todos ellos, si tuviéramos tiempo, y luego hacerse uno su propia opinión. Y un consejo: si quieren libros de autoayuda, déjense de pamplinas y lean historia en general e historia de la filosofía en particular, escrita para todos los públicos. Como dijo Ortega, se filosofa para vivir.