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Viéndolas venir

Llanto por mis hijos

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Álvaro Romero @aromerobernal1
29 sep 2020 / 13:48 h - Actualizado: 29 sep 2020 / 13:49 h.
"Viéndolas venir"
  • Llanto por mis hijos

Y por los vuestros, evidentemente. Pero en estas circunstancias conviene personalizar para no pecar de demagogo, pues uno puede explicar con mucho más rigor lo que siente en carne propia, lo que nos escuece en el espíritu. El panorama es tan feo, y a tan largo plazo, que no sufro ya por la hojarasca sobre mi cabeza, sino por la incertidumbre de hasta dónde tendré que seguir apartando ramas secas, forraje podrido, para encontrar un haz de luz entre el desordenado follaje para mis hijos, que vienen detrás. Para los hijos de todos, cuya esperanza en un futuro mejor no emanaba de ellos mismos, que siguen siendo niños inconscientes, sino de nosotros sus padres, los adultos, como ha ocurrido desde siempre por los siglos de los siglos; como les ocurrió a nuestros padres, que soñaron en su inconcreto programa de futuro para nosotros con unas circunstancias en las que no tuviéramos que sufrir tanto, simplemente, a cambio de simplemente vivir; como les ocurrió a su vez a los suyos, nuestros abuelos, mucho antes de que nosotros los conociéramos y se nos antojaran solo unos viejos con demasiados achaques como para derrochar coraje. Mentira. También nuestros abuelos fueron jóvenes, y un día, en medio de cualquiera de aquellas crisis ya desvanecidas en el olvido de quienes no las vivieron, se vieron con este nudo en el estómago que nos provoca esto tan antinatural de que se nos pase por la cabeza, peregrinamente, la negra posibilidad de que nuestros hijos tengan que vivir peor que nosotros.

Pandemias ha habido muchas a lo largo de la Historia. Y todas terminaron. Pero ninguna nos tocó a nosotros, específica, concretamente a nosotros los que ahora soportamos tantos contrasentidos e indiferencias de una clase dirigente que habla más que nunca en comparación a lo que hace. Los decibelios de la inútil cháchara política –empeñada en debates territoriales, en modelos de estado y en otras asuntos tan mayúsculos como inoportunos- están teniendo un efecto tan devastador en nuestras almas que nos hemos olvidado peligrosamente de quiénes éramos antes de todo esto, de quiénes queríamos ser, de quiénes queríamos que fueran nuestros hijos, a los que estamos deseando abrazar con la sobrada seguridad de que todo esto habrá acabado, porque estábamos configurados para darles solamente buenas noticias, y sin embargo nos hemos adaptado a este sinvivir de tener que contarles diariamente malísimas noticias y disimularles la peor, por puro amor. Y el amor encapsulado, por detrás de la mascarilla, duele mucho más de lo que nunca llegamos a imaginar. Porque tampoco la imaginación había sido hasta ahora así de cruel, de insuficiente.