Llegada de nuevos gobernantes

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20 jun 2022 / 10:46 h - Actualizado: 20 jun 2022 / 10:49 h.
  • Carlos III.
    Carlos III.

Mejor que tratar hoy cuestiones jurídicas, tras las elecciones, distraigámonos un poco contando, cuan diferente era el relevo en el poder hace dos siglos y medio, allá por 1759.

Carlos III reinaba en Nápoles tan a gusto, cuando debió suceder a su hermano en el trono de España. La flota que le trajo, estaba compuesta por el navío Fénix, y 39 barcos más. Parece que la familia real, traía algo de equipaje.

Aunque no tuvieron mal tiempo, la reina Amalia se mareó, y el rey -que estaba en todo- para animarla la tocó en el hombro y le dijo ¡Ah pobre mujer, que no sirves para nada! Y se fue a pescar, actividad que le entretenía mucho durante el viaje.

Cuando la reina se mejoró, prepararon a SSMM una visita para conocer el navío, y bajando una escala, la reina se golpeó con una caña de timón y se hizo una brecha. Pero rehusando cuidados médicos, continuo la visita. Llegando a la carpintería, se mostró al rey una maqueta de una máquina que el carpintero de a bordo había ideado, para varar navíos. El rey respondió “que aquello, no valía para nada. Según las reglas de la estática, es bonita pero inservible” Quedóse tan frio el inventor, que la reina pidió al rey, que al pasar de vuelta por allí, animase un poco al pobre “astillas”.

El rey intimó con algunos oficiales en los diez días de la travesía, y les pedía (para recibir novedades) que enviasen una embarcación ligera, al navío donde viajaban sus hijos, y el padre Bolaños, su confesor desde que era un niño. Era un franciscano viejecito, al que el rey adoraba. El confesor mandó decir al rey, que apostaba su pectoral, a que tardaban más de 10 días en llegar a España. Carlos III comentó al Estado Mayor del navío: “Es listo el cura. Tiene un pectoral muy viejo. Si pierde la apuesta, yo me quedaría el viejo, pero tendría que darle otro mejor para su ministerio”

Por fin llegaron a Barcelona, en cuyo puerto esperaba el Marqués de la Mina, general encargado del recibimiento, con la pompa de la época. Cuando la falúa real arribó a puerto, el Marqués se quedó en el penúltimo escalón, sin entrar a la lancha. Carlos III, le susurró: “Reparé, Mina, que no estuviste a mi recibo donde te tocaba. Y, no debes colocarte la banda roja de San Genaro debajo de la azul, pon la roja por encima de la casaca”.

En el muelle, el Marqués ordenó a la tropa formada, que rindiesen honores a su persona y al monarca, recibiendo el tercer coscorrón real “no lo hizo bien Mina -dijo Carlos III- tropa apostada para mí, no hace honor a los generales, se lo prevendré por orden”. Lo último que se permitió el pobre marqués, fue señalar al rey lo bien fortificada que estaba Barcelona, mostrándole el Fuerte Pío. No tenia el marqués su día, ya que el rey tachó de inútil la fortaleza. Majestad, -dijo el azorado marqués- se ha construido con consejo de generales, y el rey le soltó: “Yo entiendo más que tú y que ellos, Mina. Con una compañía de granaderos está tomada la fortaleza, y desde ella, cabe hacer mucho daño a la plaza, así que, que se demuela inmediatamente”.

Trás el exitoso viaje, Carlos III repartió gracias y prebendas, al Marqués de la Victoria -comandante de la escuadra que le transportó- a oficiales, pilotos, grumetes y pajes de las tripulaciones. Por mucho que he buscado, no he encontrado recompensa al Marqués de la Mina, pobre hombre.