Lo actual, Stefan Zweig

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23 ene 2016 / 20:06 h - Actualizado: 23 ene 2016 / 20:07 h.
"Truco o trato"

Hay un momento en el que somos libres, intemporales, dueños de nuestra existencia y hasta del mundo que nos ha tocado vivir. A veces son sólo unos segundos, en actos reflejos: mirarnos al espejo para peinarnos por las mañanas (a poder ser sin gafas, mejora mucho todo) o en el coche, en el semáforo de cada día, o en la cola del cajero del súper, mirando sin ver a los demás. De pronto nos ponemos introspectivos y sabemos que somos porque pensamos, y sabemos que queremos ser porque sentimos.

Ese instante de lucidez y hasta de soberbia, tipo Prometeo arrancándole a los dioses el destino escrito, nos hace sobrevolar por lo actual que puede ser lo que dice la radio o abre las portadas del periódico o es, casi siempre, algo personal: que no me llega la nómina, que tengo que pagar el IVA porque soy autónomo o que he perdido de pronto el apetito de vivir.

La desgana, ese sentimiento pernicioso que tiene su derivada en el descreimiento o la renuncia a entender nuestro entorno. Qué peligro. Los caprichosos e incongruentes con la cosa alimentaria sabemos muy bien qué significa eso. Una flojera inapetente que va desde el plato al universo y a la que se combate, al menos es mi receta, con grandes dosis de chocolate negro. Y lechuga. No me regañen que mi madre y mi hija ya lo hacen con pericia casi profesional.

Pero basta un instante de consciencia para ponernos bravos y mirar el mundo desde lo alto de una roca. Y a veces, milagrosas veces, ese momento de introspección y lucidez nos viene de la mano de otros, una música, unas letras, una obra de teatro. Y sabemos que la vida es un regalo tan valioso que la llamada actualidad también nos pertenece, que no es el relato de otros.

Roberto Quintana, Gregor Acuña y Celia Vioque son los culpables de una de las comuniones entre público y obra más bestias que hemos vivido en la mariana villa (que dice David Linde entre suite y suite) gracias a un texto deslumbrante de Antonio Tabares y la dirección de Sergi Belbel . Detrás están otras manos sabias, por ejemplo las del mago-estilista Manuel Cortés y su equipo, capaces de hacer tan verosímil el aspecto de los actores que ya será imposible pensar en Zweig sin ponerle el rostro de Roberto Quintana.

Zweig, escritor compulsivo y nunca banal, es autor de cabecera de muchos, pero no es solo eso: es la conciencia de una Europa que se le clavó en la garganta y que lo llevo al suicidio, tranquilo y premeditado junto con su segunda esposa Lotte Altmann. Me dicen que la escritora Eva Díaz Pérez, tan europea y tan nuestra, lloró en la última representación de esta obra (Una hora en la vida de Stefan Zweig) y no me extraña. No es pena, es admiración y hasta alegría de estar vivo y compartir momentos de enorme valor por su pensamiento, por su calidad. Al momento real en que la pareja decidió envenenarse Tabares le añade la visita de un estrafalario personaje, magistralmente interpretado por Gregor Acuña. Es un tercero que provoca un bucle en la tensión y que sirve, sin que el espectador se dé cuenta hasta más tarde, para contar mejor a Zweig, sus obsesiones, sus dependencias, su lucidez. No quiero adelantar más porque no se trata de hacer una reseña que otros, la misma Díaz Pérez, han bordado.

Se trata más bien de reconocer que el presente se entiende mejor con la lucidez de otros que no viven pero que no están muertos. Que somos actuales y eternos, cuando somos mejores, cuando estamos conscientemente vivos.

A pesar del ruido, de momentos presuntamente históricos que mueren al nacer sin hacer más Historia que la tinta, a pesar de esa actualidad que a veces se parece tanto a la mala ficción.