Viéndolas venir

Lo de Shakira: feminismo al revés

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Álvaro Romero @aromerobernal1
16 ene 2023 / 06:47 h - Actualizado: 16 ene 2023 / 06:51 h.
"Viéndolas venir","Feminismo"
  • Shakira y Piqué. / EFE
    Shakira y Piqué. / EFE

En todo el cacareo por la canción de Shakira, solo oigo cosas que me sorprenden más aún, por venir de quienes viene y por la época en que estamos. Escucho incluso a feministas enredadas en el necio argumento de que la muchacha no se calla, como si no callarse bastara y sobrara para tener o no razón, para ostentar dignidad o perderla. Y el asunto es tan simple como antiguo: a una chica la deja un chico por otra. Más o menos. Y el problema, tan complejo como inesperado a estas alturas, es variopinto: primero, que todo el discurso vengativo de ella se articule en una canción tan simplona como soez, con tan poca chicha como literal, con tan poca gracia como sin doblez, sin metáfora, sin un poquito de universalización, ya la que a la cantante se le presuponía más amplitud de miras que a aquella vecina de mi abuela a la que dejó el pretendiente. Pero eso es lo de menos. En segundo lugar -y esto me parece mucho más grave-, el hecho constatable de que el único retoricismo que se permite la muchacha, el del símil o comparación, consista en comparar a las demás mujeres con bienes materiales de usar y tirar, como un cochecito más grande con otro más chico, un móvil de los de antes con otro de los de ahora o un reloj de los de toda la vida con los que ella ha visto que se compran los nuevos ricos. Qué cutre todo, ¿no? Mujeres intercambiables como chismes tecnológicos. Y lo dice, lo expresa, lo grita, lo canta una mujer. Lo único que me consuela es querer pensar que no todas las mujeres se sienten representadas por la evolución que ha demostrado esta, cuyo dolor mayúsculo es que su ex no descubriera antes que las mujeres se dedican a facturar. Sobre todo a facturar, como ella factura bailoteándole a Hacienda en su misma cara.

Es todo muy triste porque el romance devino en telenovela, la telenovela en culebrón y el culebrón en canción barriobajera de azotea en azotea, o de pantalla en pantalla. Cuando el feminismo no era un concepto en boca de todos, muchas de nuestras bisabuelas pusieron a salvo su propia dignidad con los escasos medios que tuvieron a su alcance, que tantas veces fue solamente el silencio, pero un silencio agudo, activo, retorcidamente vengativo en la casa de la que no tuvieron oportunidad de huir. Aquellas mujeres valientes a las que nadie les hizo jamás un homenaje engendraron a otras que tuvieron la doble valentía de aguantar sus propias injusticias y luchar por que sus hijas no las tuvieran que soportar, otorgándoles en muchos casos unos estudios como única herencia para que supieran defenderse de tantas desigualdades como las amenazaban. Aquellas hijas fueron nuestras madres, que vivieron la mayor transformación social que Occidente tuvo la osadía de experimentar en el último medio siglo: que mujeres y hombres por igual abarrotaran las universidades.

Las hijas de estas universitarias, nuestras mujeres de hoy, son las que se han dedicado a teorizar sobre el imprescindible feminismo que no se acaba, porque es cierto que la lucha de las mujeres por su igualdad no termina ni mucho menos en la consecución de un título, y ahí tienen la colaboración de tantos hombres como están igualmente convencidos de que cualquier mujer tiene que tener las mismas oportunidades laborales y vitales que cualquiera de sus compañeros y cobrar lo mismo, y eso -dicho sea de paso- es más difícil para quien pare y para quien tiene más posibilidades de morir a manos de quien dijo en su momento que la amaba. Precisamente por todo esto no merecen ser representadas por una mujer que concibe su propia potencia -de loba, dice, qué risa- en su propia identificación con lo que es capaz de facturar, con lo que es capaz de adeudar a la hacienda de todos los demás, con lo que es capaz de comparar a todo su género, que vale infinitamente más de lo que cuesta su triste cambalache de pobre niña rica.