Lo que nos ocultan. La inundación de Huelva y Cádiz

Image
24 nov 2019 / 10:50 h - Actualizado: 24 nov 2019 / 10:52 h.
  • Lo que nos ocultan. La inundación de Huelva y Cádiz

En 2050, Cádiz, Huelva o el Delta del Ebro podrían ser historia, tal es el crecimiento del agua como consecuencia del deshielo.

Las narraciones del pasado, en la que intrépidos arqueólogos se adentraban en turbios torrentes para descubrir la vieja civilización de Chichen Itzá y el camino de la fuente sagrada, serán realidad en apenas veinte o treinta años, mientras el mundo sigue devanándose entre la izquierda y la derecha como valores intangibles que nos distraen y alivian de reflexionar sobre lo que hemos hurtado a las nuevas generaciones, si es que arriban a puerto.

En apenas tres mil años, la humanidad ha cercenado el esplendor de Bagdad y la laberíntica Damasco, y ya apenas refulgen algunos destellos turquesas de Samarkanda, la que fuera, según Herodoto, mítica capital de la Ruta de la Seda, mientras el monte Nebo, desde el que Moisés divisara la tierra prometida, solo ofrece vistas neón de hamburgueserías y conchas vacías alusivas a las refinerías que han conquistado la tierra -antaño anárquica- árabe.

La desaparición de las dos ciudades andaluzas, es la erradicación laberíntica de nuestro modo de existir, enunciado como Estado del bienestar.

Y es que las generaciones presentes habremos de asumir la austeridad como forma vital y los que vendrán hasta la hallarán cálida sin posibilidad de subir el termostato.

Mientras los políticos ocultan esta realidad inminente, el mar nos ignora de la forma que lo odian los marinos y nos retrotrae al vetusto relato del Arca de Noé.

Recorro esta devastación imaginaria frente al océano arrasado por el viento y mientras la lluvia castiga mi rostro, arraigando sobre sus cicatrices, pienso qué progreso es el del ser humano capaz de conexiones 5 G; impresoras 3 D; robots de última generación, pero impotente para preservar tres mil años de civilización humana de esa Cádiz que halla su raíz griega en la hija de su Dios Poseidón.

Y es que eso del crecimiento sostenible, del capitalismo humano, ha resultado ser una quimera lapidaria, y naturalmente su demostración recae en el rincón más ignorado por sus máscaras.

Una tierra donde la austeridad ya es norma y en la que florece el amor libre con sabor a salitre; el edén ácrata que despidiera a Salvoechea o prodigara los aires difíciles de los Poemas del Alma.

Al igual que Bagdad o Damasco, no serán sus monumentos, sus bibliotecas ya para entonces encriptadas, ni siquiera el rasguear opaco de las guitarras o voces de la Isla.

Como en el Libro de los Itinerarios, sospecho que, aun anegadas sus certezas y desaparecido para siempre su rastro, aun habrá quien escriba su epitafio evocando su dolor enterrado bajo las aguas, esas donde fuimos capaces de amar y ahora pervivir en forma de cenizas en el acrecentado océano, porque en definitiva siempre llegamos donde nos esperan.