Viéndolas venir

Los abuelos

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Álvaro Romero @aromerobernal1
26 jul 2020 / 16:50 h - Actualizado: 26 jul 2020 / 16:53 h.
"Viéndolas venir"
  • Los abuelos

San Joaquín y Santa Ana, los padres de la Virgen María, no aparecen en los Evangelios canónicos y, sin embargo, la Iglesia no tuvo más remedio que integrar su festividad porque el pueblo les tenía más devoción que a muchos de sus santos impostados. Siempre recuerdo una bulería de Camarón que rezaba: “San Joaquín y Santa Ana / eran los dos canasteros / y el Niño Dios, Jesusito, / gitanito de los buenos”. Tampoco los abuelos tenían su día, al contrario que los padres y las madres, hasta que a la ONG Mensajeros de la Paz se les ocurrió promover esta festividad hace veinte años y los centros comerciales vieron otro cielo abierto.

Hubo muchos evangelios al margen de los escogidos por la Iglesia para establecerlos como válidos, y en algunos de ellos, como el de Santiago, sí se habla de los abuelos del Niño Jesús. No deja de ser significativo que hace más de dos milenios también María, casada con un hombre bastante mayor que ella, cuya carpintería tampoco daría para demasiadas alegrías, y con la fatiga propia de una mujer humilde en aquel pueblecito dominado por los romanos, contase con el apoyo de sus padres. Uno puede imaginarse al Niño Dios jugando con las virutas, pero también corriendo por algún prado de Nazaret mientras su abuela Ana lo llamaba a voces para la merienda.

Los abuelos han estado invisibilizados durante toda la Historia, más incluso que la mujer. Y es curioso que su fortaleza histórica, su paciencia triplicada, su experiencia valiosa y su sosiego ante las adversidades nos hayan salvado, recurrentemente, de todas las crisis. Al margen de esta última que constituye la pandemia, en la que han dado la cara -y la vida- en carne propia como un cortafuegos de la humanidad, recuerden, por ejemplo, qué pasó en la penúltima crisis: ni ingreso mínimo vital ni niño muerto. Fueron los abuelos quienes, con unas pagas raquíticas y unas ollas infinitas, garantizaron que aquí nadie se quedase sin un par de comidas al día. Pero pasó la crisis y a ninguna institución se les ocurrió levantarles ningún monumento. Tampoco ellos se hicieron notar, porque la característica primordial de los abuelos es el prudente sigilo de su servicio, la admirable discreción de su esfuerzo cotidiano para contemplar luego los aplausos para otros con el irónico distanciamiento que solo puede otorgar la edad. A los abuelos les basta con que les llevemos a los nietos, todo su capital, y en nosotros está la vergüenza torera de no explotarlos, porque también se dejarían, también se dejan, sin esperar nada a cambio. Por eso se parecen tanto a San Joaquín y Santa Ana, santos aunque no los mencionen ni los Evangelios que cuentan.