Los medios y los días

Los ancianos, la Covid, la guerra

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12 abr 2021 / 21:40 h - Actualizado: 12 abr 2021 / 22:06 h.
"Los medios y los días"
  • Los ancianos, la Covid, la guerra

Para escribir esta columna le he dicho a YouTube que me sintonice la banda sonora original de la película El abuelo (1998), con ese grupo excepcional de personas encabezado por Galdós, el autor de la novela en la que se basa esa deliciosa obra de arte levantada, entre otros, por Fernando Fernán Gómez, José Luis Garci y una melodía sencilla pero penetrante como una melancolía gozosa, obra de Manuel Balboa.

Mi padre no llegó ni a la edad de jubilación, yo le he sobrevivido ya cinco años, todos los días me acuerdo de él porque nos quedaron muchas cosas por charlar, “compañero del alma, compañero”. Ya sé que siempre se suele hablar bien del muerto, pero es que era, de verdad, un hombre, “en el buen sentido de la palabra, bueno”, en contraste con mi brusquedad. ¿Por qué cito a mi padre ahora? Por asociación de ideas, como dirían los psicoanalistas. ¿Saben ustedes lo que más me está enseñando tanto la pandemia como el contexto político español en que se está desarrollando? Lo terrible que tuvo que ser la guerra civil española de 1936 a 1939 y lo delicaditos que nos ha vuelto la paz y la sociedad de consumo.

Mi padre ahora tendría 96 años, tengo un tío en Cataluña con esa edad, con su cabeza lúcida, que todos los días pasea y disfruta con los juegos que le ofrece su televisor inteligente. Mi padre aún podría estar conmigo. Él y mi tío y todos los ancianos y ancianas de esa edad o más jóvenes han sufrido la guerra civil con 11, 10 o menos años. Y muchos de los que viven están en residencias de ancianos en las que no pueden recibir apenas visitas de sus familiares y allegados. Una parte de ellos lo más seguro es que hayan estado en la inmigración catalana, vasca, suiza, alemana... Qué vida, ¿eh?

Mientras, nosotros, pobrecitos, ay, por Dios, que no podemos ver los pasos de Semana Santa, que tampoco podemos cantar en la Feria y hacer como que nos divertimos, que nos deprimimos porque es que llevamos la friolera de año y pico con la covid-19; que no podemos ir de botellona, a vomitar y mear por ahí, que no podemos ir de viaje, ¡de viaje!, a tirarnos más tiempo haciendo fotos con el móvil que viviendo el momento y aprendiendo sobre el lugar donde se esté, fotos y fotos para luego presumir ante los amigos... Ay, por favor, qué jartura de tó, y eso que el virus puede que ni nos haya tocado.

Una legión de científicos que han trabajado y trabajan en silencio hasta la extenuación, nos han colocado ante nosotros en menos de un año unas cuantas vacunas. La covid suma muchos muertos ya, dos millones. En la pandemia de gripe de 1918, cincuenta millones de muertos, y lo mismo que vino, se fue.

No me estoy consolando como un tonto, estoy afirmando que somos unos tontos comparados con lo que a otros les ha tocado vivir. Yo podría morir de covid un día de estos y me enterrarían con el mismo pensamiento que ahora les estoy proyectando. No me estoy consolando como un tonto, soy un tonto que piensa en los demás, los que estuvieron ahí antes que yo, echándole bemoles a la existencia, pienso en ellos desde la comodidad de mi mundo infectado, aunque sea sólo por unos minutos, que por eso no me van a salir ronchas. Con 11 años y menos -o más porque los hay con 99 y hasta 100 años-: 1936, 37, 38, 39: tiros, bombas, fusilamientos, refugios donde evitar que te mataran, falta de comida y de agua... Y la posguerra.

Aquella guerra llegó con un panorama político parecido al actual, no igual, por fortuna y espero que nunca: el odio asoma por todas partes en España, menos mal que no estamos en 1936 sino en 2021 y el mundo se ha vuelto global, articulado, y aún así no estamos seguros. España fue una jaula de grillos antes de la guerra civil y lo es ahora, grillos de los años 30, grillos digitales del XXI. En esencia, algo similar: gente que no es capaz de entenderse sin levantar la voz o arrojar un adoquín, una amenaza, un insulto, cócteles Molotov y cosas peores, cientos de mentiras y silencios cómplices en los medios, gente que se traiciona a sí misma y que te obliga a acordarte no sólo de aquella guerra y el horror que debió significar sino a odiar a toda guerra al tiempo que te preguntas para qué sirvieron las muertes de tantos españoles de todos los signos políticos -y los inocentes que ni se enteraron por qué murieron- en aquella barbaridad fratricida.

En unos meses, un virus cabrón e invisible me ha enseñado más y mejor que mis 66 años de habitante terrenal. A eso se le llama la Universidad de la Vida. Ahora debo serenarme un poco, para eso tengo la música benefactora de El abuelo.