Los boomers rockeros de Sevilla: «erre que erre»

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27 abr 2022 / 10:40 h - Actualizado: 27 abr 2022 / 11:33 h.
  • Andrés Herrera, Pájaro, en una imagen de archivo.
    Andrés Herrera, Pájaro, en una imagen de archivo.

Tal vez sepan que en Sevilla algunos de la generación del baby- boom (o boomers) hicimos nuestros pinitos musicales allá por los ochenta y parte de los noventa del pasado siglo. Éramos chavales que inspirados en grupos anglosajones y otros de la llamada Movida madrileña, intentábamos hacernos oír con nuestros grupos de música. Unos teníamos poca relevancia y otros se hacían significar más tanto dentro como fuera de nuestra ciudad. Y todos de forma paralela a los consagrados (Silvio, Dulce Venganza, Kiko Veneno, Martirio...). Así pues, los míos, éramos instrumentistas modestos que grabábamos alguna maqueta o acaso un disco.

No hace mucho tiempo, la música pop y rock del local donde tocábamos mi grupo y yo, convivía en el exterior al aire libre con ensayos de bandas de cornetas y tambores. No pasa nada, cada uno con lo suyo. Les informo que un tal Andrés Herrera, el Pájaro, destacado rockero y compositor ochentero que sigue componiendo y tocando en la actualidad, metió en una de sus canciones la corneta de la banda de las Tres Caídas de la Esperanza de Triana a lo Ennio Morricone. Y como no, los de mi generación nos seguimos acordando de la leyenda de otro “rockochenta” sevillano (y sus destacadas bandas): Silvio cofrade que en “Rezaré”, una balada italiana con letra suya adaptada, rezó a las vírgenes de esta ciudad.

Los del “baby-boom musical” contemporizamos con aquella Sevilla que preparaba los fastos de la Expo 92. En general, el andalucismo reclamaba identidad y cultura andaluza. Y en particular, en nuestra ciudad, desde los setenta, emergía un grupo poético y de acción cultural llamado Gallo de Vidrio acunado en su nacimiento por grupos de música como Smash, Imán Califato Independiente, Cuarto Menguante, Triana, Veneno o Luzbel. En definitiva quiero pensar que eran años en que música y cultura se afanaban por llenar huecos vacíos.

Y es que a mediados de los ochenta a muchos chavales de la época nos picaron, sin apenas conocimiento de música, las notas del pentagrama. Eran años en que aprendías a tocar la guitarra u otro instrumento porque algún amigo o familiar te enseñaba las primeras notas. Guiados por un ídolo o grupo musical hacíamos temas propios con variadas influencias.

Escuché con admiración, como digo, los grupos menos agraciados pero llenos de energía y creatividad y me moví confraternizando con muchos de ellos por el barrio de la Alfalfa: un pequeño universo rockero repleto de bares donde se veía a algunos chicos y chicas imitando la moda americana de los cincuenta a lo Grease (ellos con patillas y chupas negras, ellas con faldas largas y zapatillas con calcetines blancos); así pues un ambiente que seguro hubiera inspirado a Ceesepe (pintor e ilustrador madrileño de la Movida madrileña).

Por aquellos años yo estudiaba Filología y allí mismo conocí a un compañero que después se revelaría como mecenas de los grupos de Sevilla desde sus fanzines o pequeñas revistas de actualidad musical (“Veintisiete puñaladas”, entre ellas), y como empresario musical que aún sigue en la brecha: Paco Trilita y su actual sello Felices Años 20.

Éramos bandas que tocábamos donde podíamos: en el Roll Dancing, en el Fun Club, en el Teatro Duque, en el instituto San Isidoro, en pueblos y otros desiertos . Algunos grupos se presentaban a concursos municipales o llegaron a tocar en eventos musicales en la capital (Cita en Sevilla). Solíamos grabar nuestras maquetas en estudios como el de Camas (Sonotone) o circulábamos por emisoras como Radio Aljarafe, en su Ventana al Pop.

Mis pandillas favoritas de pop-rock, con trocitos de canciones que muestro, eran Arden Lágrimas (“Llegará la descarga/se prepara el ajuste: la ley del silencio”); Los Picapiedras (“Reuniones clandestinas/rumores en los pasillos/ en que acabará/ se prepara la tormenta/rebelión en el asilo”); Helio (“No hay nada que se pueda tocar y ser vencido/quieres saber lo que es combustión”); SS-20 (“Otra tarde de invierno/ el sol filtrado/el suelo se cubre de hojas que mueren bajo tus pies/ emitiendo un triste lamento”); Tiernos Mancebos (“No quiero un hipopótamo en mi bañera/quiero un electricista aquí) ; y tantos otros como Círculo Vicioso, Amos del Mundo o Dulce Venganza. Por favor, mis contemporáneos, no se enfaden que sé que hay muchos más...

Hoy por hoy muchos rockeros de mi época siguen “erre que erre”. Ahí están Casas y la Pistola, Maleso, Helio, el citado Pájaro o Pedro Cruz grabando discos, colgando su música en Internet y tocando en directo. En definitiva, aún tienen el veneno inoculado de la música de los 80. Otros que hicieron más variado y más rico el panorama rockero de nuestra ciudad, ya no están. Les hablo, por ejemplo, de Benito Peinado (Dulce Venganza), Manuel Díaz del Real (Luzbel) o Juanjo Pizarro (Dogo y los Mercenarios).

En esta ciudad tan reacia a reconocer a sus artistas locales, seguimos unos pocos puretas empeñados en soñar con la fama o en preparar nuestra jubilación tocando en un modesto local de ensayo si la salud lo permite.