La Tostá

Los cantaores ‘gachés’ y sus complejos

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
22 sep 2019 / 07:59 h - Actualizado: 21 sep 2019 / 14:08 h.
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Soy un enamorado del arte de los gitanos, de los que son flamencos y de los que no lo son. Dos de mis libros están dedicados a artistas gitanos, Pastora Pavón y su hermano Tomás. Llevo cuarenta años investigando y he sacado del anonimato y el olvido a legendarios cantaores como El Planeta, Juan el Pelao o Tomás el Nitri. Llevo escritos varios miles de artículos sobre un arte que no se podría entender sin los gitanos y las gitanas.

Además, muchos de los cantaores o muchas de las cantaoras que me gustan son gitanos o gitanas: Pastora Pavón, Isabelita de Jerez, Lole Montoya, Manuel Torres, Juan Mojama, Perrate, Caracol, Chocolate o Camarón. Pero a la hora de escuchar cante, en ningún momento tengo en cuenta si es gitano o no lo es, porque me gusta el cante por encima de todo y me encantan el Cojo de Málaga y Marchena, Escacena o Rancapino.

Me fastidia que algunos cantaores gachés –lo de payo no me gusta–, sean cantaores acomplejados por el hecho de no ser gitanos y que lo justifiquen recurriendo a lo de la afición, la constancia y el estudio, como si no tuvieran otras cualidades. Manuel Centeno, el gran saetero sevillano, se hizo unas tarjetas de visitas en la que se presentaba de esta curiosa manera: Manuel Centeno, cantaor fino pero sin duende. El hecho tiene su gracia, pero es también un poco lamentable porque era un cantaor con sus complejos. Un gran cantaor, por cierto, y no solo por saetas sino por otros palos.

Existe el cantaor gaché que se siente gitano en el cante, tipo José Menese, quien llegó a declarar un día que se sentía gitano por dentro. Es algo muy respetable, pero no lo era y despreció a grandes cantaores por no ser gitanos y seguir la escuela de Chacón, por ejemplo. A mí me dijo un día en Sevilla, en un bar de la Gran Plaza, que “dónde iba yo con el chaconismo”. Y que un taranto de Camarón valía más que toda la obra del maestro jerezano. No se lo tuve en cuenta porque quería mucho al cantaor morisco, pero tampoco es que me hiciera la maldita gracia aquel comentario.

Aunque Mairena, Manuel Morao y otros gitanistas recalcitrantes, crean que los payos somos intrusos en el cante gitano, no es ni mucho menos así. El cante andaluz no es exclusivo ni propiedad de los gitanos andaluces. Ni siquiera de los andaluces en general, porque si hace dos siglos ya se cantaba en Cádiz, también se hacía en Badajoz, Córdoba, Granada, Huelva, Sevilla, Jaén o Almería. Incluso en otras regiones de España. ¿Por qué estos complejos? La culpa es de tratadistas como Demófilo, quien hablaba ya de agachonamiento del cante gitano en el siglo XIX. Y de escritores como José Manuel Caballero Bonald, que llamó copleros a Silverio y Chacón en la Universidad de Sevilla.

¿Quién se atrevería a decir que Caracol era más grande que Marchena, o Manuel Torres más grande que Chacón? Quién, sin hacer el ridículo. Paco de Lucía, el mejor guitarrista del mundo, era gaché, “pero tocaba mu gitano”. Por cierto, el genio de Algeciras hizo también un poco de daño con sus complejos de payo, que los tenía. Llegó a decir que él aprendió de los gitanos. No, su primer maestro, su principal referencia en los comienzos, era el Niño Ricardo, con apellido Serrapí y más gaché que un olivo. Manolo Sanlúcar, en cambio, no tiene esos complejos.

Hay artistas actuales que van de gitanos, sin serlo, porque le han metido en la cabeza que en el cante, lo suyo es ser gitano. Ricardo Pachón, el nuevo director del Instituto Andaluz del Flamenco, dijo en una entrevista que, “a día de hoy, para cantar hay que ser gitano”. Y, claro, algunos cantaores jóvenes se llevan todo el día diciendo que si el Tío Cebollino o el primo de Lebrija. Por no hablar de los que se broncean más de la cuenta para dar el pego. En Sevilla hay un tablao donde obligan a teñirse a las payitas para engañar a los japoneses.

Ya está bien de complejos. El cante, como el baile o el toque, es un arte andaluz muy viejo y desde el minuto uno de ser público, gitanos y gachés, iban de la mano. Si hubo un Fillo, hubo un Silverio. Y si existió una Mejorana, existió también una Cuenca. Que eran distintas estéticas, vale. Pero el rollo de que los payos aprendieron a cantar lo jondo asomándose a las tapias de los corrales de los gitanos, no cuela ya. Que no cuela, que no.