Los cuadritos

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01 mar 2018 / 21:43 h - Actualizado: 01 mar 2018 / 23:47 h.

Por si alguien no sabe a qué me estoy refiriendo, llamo «cuadritos», de manera genérica, a los sencillos regalos con los que las hermandades obsequian a personas, ya sean hermanos o no, que colaboran con ellas habitualmente o que les prestan algún servicio especial. Esos presentes que, por regla general, se entregan en el transcurso de las comidas de hermandad o en cualquier otro acto comunitario que se celebre.

Hecho que, a veces, ocasiona no pocos quebraderos de cabeza a algunas juntas de gobierno y, en ocasiones, suscita polémicas, incluso, entre los propios miembros del órgano que gestiona el devenir diario de nuestras corporaciones.

La casuística es variopinta. Hay quienes protestan porque el cuadrito se le ha dado a fulano y no a mengano, cuando fulano tampoco es que haya hecho gran cosa o si la ha hecho ha sido porque algo se ha llevado a cambio.

También hay quien exige establecer unos baremos para otorgar «el cuadrito» en función de la trascendencia de lo realizado, de quién sea el receptor o del cargo desempeñado por la persona a quien se pretende agasajar.

Y ya, lo más de lo más, es que los hay que quieren convertir la entrega de este reconocimiento en una especie de «cuestión de Estado», al reclamar que debe ser un Cabildo General de hermanos el que decida a quién y por qué se debe regalar «el cuadrito». Un auténtico despropósito para un asunto de tan escasa relevancia para la vida de la Hermandad o para el cumplimiento de sus fines.

A pesar de estar segura de que hay muchos hermanos con méritos suficientes para ser acreedores de estos reconocimientos y, sin embargo, nunca los han tenido, y de que el camino más fácil para evitar disgustos y suspicacias sería el no darlos nunca ya que, al fin y al cabo, quienes dedican su tiempo y esfuerzo a las hermandades lo hacen de forma voluntaria y, en la mayor parte de los casos, no esperan a cambio ningún gesto de agradecimiento.

Sin embargo, en mi opinión, la gratitud es una virtud y una exigencia cristiana y, por encima de cualquier controversia que pueda suscitar la concesión de estos sencillos obsequios, las hermandades están moralmente obligadas a manifestar su agradecimiento a quienes realicen servicios, a veces impagables, a su favor; aunque en algunas ocasiones exista el riesgo de que estos premios provoquen el descontento de algunos que, afortunadamente, son los menos.