La derecha, esa clase política formada por señoritos, pijos y curas (a la que siguen con especial devoción señoritos, pijos y curas, pero, también, los que quieren ser señoritos, pijos y curas), siempre acaparó buena parte del capital, de las riquezas de los países, del poder. Y nunca lo ocultó (hacía gala de ello mientras apoyaba la justificación a semejante injusticia en los ejércitos -también de derechas- e, incluso, en la divinidad a través de sus corresponsales en la tierra). Presumieron hasta que un buen día comenzaron a llevarse revolcones. Los hambrientos, los oprimidos, dijeron que hasta allí habían llegado. Los de derechas supieron pronto que la cosa se podía poner fea; de pronto, la gente pensaba, podía votar, dejaba de creer en un Dios justiciero y esas cosas. Como de tontos no tienen un pelo, modificaron su discurso. Tranquilos, aquí hay para todos, al menos para todos los que vivimos en un territorio determinado. Los negros de África, por ejemplo, no contaban. Y, con gran habilidad, comenzaron a entregar dinero prestado a los pobres. Estos creyeron tener algo, presumieron de formar parte del mundo adelantado y se hicieron de derechas. Lo que no entendieron es que lo que tenían era una mano agarrándoles el pezcuezo.
No crean que estoy hablando de tiempos lejanos. No, no. Esto ha pasado hace muy poco tiempo.
Casas, vehículos a motor, acciones en bolsa, planes de pensiones y todo tipo de lujos con los que millones de personas no podrían haber pensado diez minutos antes. Tanto es así que Europa se convirtió en un paraíso para pobres y atrajo a muchos de otros continentes.
Pero un día (en España), mientras gobernaban los de izquierdas (que se habían convertido a la doctrina capitalista sin casi darse cuenta y que era votada por señoritos, pijos y curas), todo se vino abajo. Alguien entre los ricos debió decir “basta ya; ahora son nuestros. Vamos a quitarles hasta el último céntimo, hasta la última ilusión”. Y ese alguien dio la orden de apretar por donde tenían agarrado.
Los ricos volvían a tener en su caja fuerte el dinero y las soluciones a un desastre económico sin precedentes. Los pobres se quedaban sin casi nada aunque mantuviesen la idea de ser ricos algún día. Eso sí, mucho más acobardados que antes, mucho más de derechas.
En realidad, nadie ganó ni perdió. La cosa quedaba como siempre había sido.
Y, ahora, hoy, la derecha dice que hay que estar tranquilo, que nos saca de esta, que hay para todos (algo menos que antes, pero sigue habiendo). Y, mientras, la izquierda dice que tranquilos que de esta salimos porque no se dejará a nadie detrás. Por supuesto, el populacho lanzará enloquecido a votar con ansia (a la derecha). Y los de izquierdas (que son de derechas aunque no terminen de asumirlo) se quedarán con cara de tontos. Al fin y al cabo, las hipotecas se han puesto imposibles mientras gobiernan ellos.
Por todo esto, los sindicatos o los partidos de izquierda radical están de más. Los que creyeron ser ricos y reivindican serlo de nuevo se niegan a perder la esperanza. Y ni un solo céntimo de euro por el camino. Los de izquierdas se niegan a perder un poco. Tal vez nos plantearíamos las cosas con seriedad si se pusiera sobre la mesa un gran conflicto social, profundo y verdadero, que tocara las consciencias de todos, que planteara con otros fines distintos a aparentar una lucha obrera que no existe porque muchos ya son de derechas. Planteamientos como el de los sindicatos cuando llaman a un día de huelga hacen que el sujeto calcule lo que va a costar la broma y se retire. Un planteamiento más de futuro es el que necesitamos.
La derecha promete prosperidad que se traduce en productos caros e inservibles, en dinero, en comodidades. Les funciona de maravilla y logran captar a un gran número de personas enganchadas a la televisión que creen lo que les dicen sin criterio alguno. Tú, pobrecito, acércate a nosotros y te haremos rico. Pero ¿y la izquierda? ¿Qué mensaje maneja, qué dice a los individuos que miran el mundo desde el asombro y el temor? La izquierda gasta un discurso algo así como “Eh, pobres del mundo, votadnos que para eso sois unos desarrapados”. Un mensaje lamentable. Del mismo modo que la derecha ofrece algo tan concreto como la pasta, la izquierda debería buscar su propia propuesta. Es necesario un futuro que aporte ganas de seguir adelante. Que propongan un futuro (aunque sin tanto dinero como el de la derecha) y tendrán al mundo entero a sus pies. Es necesario que el individuo se levante cada día pensando que un mundo mejor es posible.
Una cosa está clara: no existe nada parecido a esto que digo dentro del panorama político actual. Algunas formaciones lo intentan, pero se pierden en intentos de solucionar asuntos muy parciales. La falta de ideología hace que esos grupos se queden a las puertas de casi todo.
Ilusión. Es muy sencillo.
Piensen en ustedes mismos. ¿Cómo pasan el día si pueden mirar el mundo de tú a tú? Ahora piensen en millones de personas con una actitud similar.
Ilusión. Un mundo mejor.
Pues eso.