Me contó un día Antonio Mairena (Mairena del Alcor, 1909-Sevilla, 1983), lo duro que era salir cada noche a buscarse la vida en los cuartos de la Alameda de Hércules en plena Guerra Civil de 1936, cuando él tenía solo 27 años. Cualquier soldado del bando nacional, borracho, lo podía haber matado en el mismo cuarto. De hecho, se cuenta una historia que, de ser cierta, es para pensar en cómo lo pasaría. Dicen que simularon su fusilamiento en las murallas de la Macarena y que rogó que lo dejaran vivir. Nunca me creí esta historia, pero lo cierto es que alguien la escribió.
Uno de los cantaores que peor lo pasaron fue Tomás Pavón, el hermano de la Niña de los Peines. Era un genio del cante, pero delicado para los escenarios, y vivió casi siempre gracias a la generosidad de su hermana y de señoritos de Sevilla que le daban fiestas. Cuando estalló la contienda civil a Pastora y a Pepe Pinto les cogió de gira en Jaén y en vez de regresar a Sevilla, donde la sangre corría por las calles como el agua de la lluvia por las cunetas, se fueron a Madrid y allí pasaron la guerra. Tomás quedó algo desamparado y me contó un día Tolita, la hija de Pastora, que algunas noches salía a la calle, en la Alameda, para cazar gatos.
Lástima que a ningún director de cine andaluz no se le haya ocurrido aún hacer una película basada en aquellos casi tres años, en los que en ese lugar, la Alameda de Hércules, ocurrieron cientos de historias que darían para una serie de muchos capítulos. Historias protagonizadas por Tomás, El Carbonerillo, La Malena y La Macarrona, Paco Mazaco, La Moreno de Jerez, El Gloria, Pepe Torres o El Bizco Amate. Historias de hambre, odio y penas, pero también de arte y gracia. Los flamencos se crecen en las tragedias y sacan lo mejor de ellos mismos, el ingenio, que guardan como un tesoro.
Ayer mismo me decía un cantaor sevillano que le gustaría que, en vista de que no hay teatros, se volvieran a abrir los tabancos de la Alameda “para poder buscarnos la vida, como aquellos maestros”. No creo que haga falta porque el próximo año todo habrá pasado y los artistas flamencos podrán recuperar su vida profesional. No obstante, estaría bien que a alguien se le ocurriera abrir un local que recreara aquellas reuniones de La Europa o Las Siete Puertas, de donde los flamencos salían a la calle por la mañana con cara de sueño y algunos duros en el bolsillo dados por un torero, un militar, un ganadero o un mafioso.
Por fortuna, los flamencos ya no necesitan esto porque llenan teatros en todo el mundo. Entendemos la desesperación de algunos, por la situación, pero lo de los cuartos de la Alameda, el Barrio de la Feria o la Macarena, son de otros tiempos, cuando don Miguel de Unamuno, tras escuchar a Tomás en una fiesta, le dijo: “Usted y yo nos parecemos mucho: los dos contamos historias, pero usted las cuenta mejor que yo, cantando”.
Yo me metía por los rincones,
como sé que no me quieres
te confundo a maldiciones.