La Tostá

Los flamencos salvan los muebles

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
30 ago 2021 / 08:56 h - Actualizado: 30 ago 2021 / 08:59 h.
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  • EFE
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Se va yendo el verano y, por lo que parece, el flamenco y los flamencos siguen ahí, como siempre, resistiendo como jabatos. Vuelven a haber festivales por todo el mundo, las peñas abrieron sus puertas y los profesionales presumen cada día de agenda en las redes sociales, con dobletes y todo. Los tablaos parece que volverán a barnizar sus tarimas y a actualizar sus cartas gastronómicas y en la Bienal de Sevilla preparan programación para la edición del próximo año. ¿Quién dijo que el virus le daría la puntilla a un arte que tiene ya dos siglos de historia? No recuerdo si mostré o no mi conocido pesimismo ante el daño de la pandemia, pero siempre he sabido que el flamenco es un arte indestructible porque sigue estando en las raíces del pueblo, en el día a día, en nuestras propias casas y tan metido ya en todo el mundo que no habría manera de aniquilarlo. En algún medio especializado leí al principio de la pandemia que nuestro arte experimentaría un cambio y no ha cambiado absolutamente nada, como no cambió después de la Guerra Civil de 1936. El arte jondo nació ya con mentalidad renovadora y no ha parado de cambiar hasta nuestros días, como otros géneros musicales. Es un arte que evoluciona a través de sus artistas, como ocurre en todas las artes, y, aunque los hay conservadores y extremadamente puristas, el artista flamenco suele ser creativo por naturaleza. Alguien con talento coge un martinete de Triana, le pone un fondo musical de violines y crea una pieza fantástica. Eso es crear contando con el legado tradicional. Porque es un arte vivo, en continua evolución, nada podría acabar con los flamencos, ni una pandemia que ha cerrado cientos de miles de empresas en todo el mundo. Es probable que se hayan visto afectados los cachés, porque se ha reducido el aforo de los teatros, pero Estrella Morente cobró 28.000 euros hace pocos días en Linares, cantándole a un par de cientos de personas, y Miguel Poveda, en la misma ciudad, 40.000, aunque contando con la venta de entradas. O sea, que los Ayuntamientos tienen dinero para el flamenco, a veces demasiado. Y si hay dinero, creatividad y ganas de seguir recorriendo pueblos del mundo, no deberíamos tener ningún miedo porque no ha nacido catástrofe que sea capaz de matar el compás.