La catedral de Notre Dame ya no existe. Las llamas se han llevado por delante una catedral que ha resistido guerras brutales y que, ahora, se evapora porque alguien se ha dejado encendido un soplete o alguna cosa tan prosaica como esa. Hay que ver lo que es la vida.
Se queman muchas cosas, buena parte de la historia de una de las ciudades más deliciosas del mundo; también los recuerdos de todos los que hemos paseado París y hemos podido disfrutar de una catedral imponente, emblemática y extraordinaria. Aumentan de valor esas fotografías en las que sonreímos con la fachada de Notre Dame a la espalda puesto que ya nunca podrán hacerse ni siquiera parecidas.
Todo esto ya está dicho y se repetirá un número improbable de veces más. Tal vez, algo más desconocido es un poema de un escritor francés, Gerard de Nerval, que decía, de forma premonitoria, lo siguiente refiriéndose a la catedral de Notre Dame:
Aunque Nuestra Señora es muy vieja, es posible
que algún día sepulte a ese mismo París
que ella ha visto nacer; pero cuando transcurran
más o menos mil años, podrá el tiempo abatirla,
como un lobo derriba hasta a un buey, y torcer
esos nervios de hierro, y roer con sus dientes
tristemente su antigua osamenta de roca.
Para entonces vendrán gentes de todo el mundo
para así contemplar esas ruinas austeras,
releyendo abstraídas la novela de Víctor...
Y la antigua basílica creerán estar viendo,
poderosa y magnífica, como fue tiempo atrás
que se yergue cual sombra de una muerta a sus ojos.
Impresiona leer un poema que ayer significaba una cosa bien distinta a esa imagen que dibuja hoy con trazo fino.