Si el Dios católico existe, si el cielo existe y si esta vida no es más que un tránsito; si Cristo se hizo hombre para redimir de los pecados de los seres humanos; si todo eso es cierto, no se puede comprender cómo es posible que tres obispos españoles (son los que conocemos hasta ahora aunque podrían ser más dadas las circunstancias) corran a vacunarse sin esperar su turno. Tanta prisa es sinónimo de miedo y los obispos deberían ser ejemplares para recibir la muerte con la alegría que proporciona sentarse junto a Dios. Los sacerdotes que se han vacunado con la excusa de dar servicio espiritual en las residencias son un ejército. No son mejores que los políticos o los militares que han hecho alarde de una caradura monumental.
Los obispos y sacerdotes son de disparo rápido si la muerte les ronda a otros. Dejen que les cuente una experiencia personal que me causó un enorme dolor y gran rechazo.
Mi padre estaba a punto de morir. De hecho, pasaron dos días desde que ocurrió esto que voy a relatar. Un cura, amigo de la familia (que ya no es cura porque se casó y tiene dos hijas; que ya no es amigo de la familia y que todo lo que predicó se lo ha tenido que comer con papas) visitó a mi padre en el hospital. Yo no estaba allí en ese momento. Llegué justo cuando este sujeto iba a entrar en el ascensor en el que yo llegaba. Me dijo sonriendo que había hablado con mi padre para decirle que la muerte se recibe con una inmensa alegría y que le había administrado la extremaunción (que es el sacramento que hace las veces de boleto al otro barrio). Entré en la habitación y mi madre lloraba a todo llorar y mi padre estaba desencajado. El único que había sonreído haciendo su trabajo era aquel tipejo. Ya digo que poco después se ‘salió de cura’. Menudo cretino.
El obispo de la Diócesis de Cartagena, José Manuel Lorca Planes, se ha hecho pasar por capellán (junto con ocho o diez curas más que son igual de golfos que él) para ser vacunado. Ahora hay que aguantarle con la monserga de no querer la segunda dosis. Bien sabe él que la recibirá porque, de otro modo, se perdería una vacuna que podría haber servido si no fuera por su desfachatez.
El obispo Orihuela-Alicante, Jesús Murgui, ha sido uno de los prelados que ha rechazado la segunda dosis. Más de lo mismo. Este, por lo que parece, le echó cara y se vacunó. Sin excusas.
El obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, dijo vivir en la residencia en la que se vacunó para ‘subir en el escalafón’.
¿Qué pensarán los familiares de los miles de muertos que se está llevando por delante esta pandemia?
No creen en Dios y mienten. Están en pecado mortal. Y, desde luego, para los que asistimos estupefactos a este espectáculo, representan lo peor de una Iglesia que hace aguas por los cuatro costados. Eso sí, administrando la extremaunción son rápidos como el pensamiento. Cretinos.