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Viéndolas venir

Los Palacios y Villafranca, más allá de las arenas

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Álvaro Romero @aromerobernal1
14 nov 2019 / 08:16 h - Actualizado: 14 nov 2019 / 08:18 h.
"Libros","Flamenco","Patrimonio","Turismo","Gastronomía","Viéndolas venir","Cooperativas"
  • Los Palacios y Villafranca, más allá de las arenas

Mañana hará medio siglo que, a Joaquín Romero Murube, cantor del aire andaluz, le falló definitivamente el corazón al volver de cenar al Alcázar desde donde llevaba media vida defendiendo quijotescamente la gracia de Sevilla, la misma ciudad por la que había paseado, intuyéndola, José María Izquierdo antes de idear la Cabalgata de Reyes Magos. El pueblo de Joaquín, que es también el mío, quedó retratado para la posteridad en uno de los libros de prosa poética más extraordinarios del siglo XX, Pueblo lejano, que en 1954 fue arrojado al fuego de la plaza porque se interpretó, probablemente sin que nadie se parara a leerlo en condiciones, que era una crítica burda a su patria chica, cuando en realidad era todo lo contrario: una exquisita autoelegía en el que nada era lo que parecía, pues cuando el poeta escribía pueblo quería decir infancia, evidentemente irrecuperable, y cuando escribía lejano no era por una cuestión de distancia, sino de tiempo, que es la verdadera distancia que nos va alejando de la verdadera patria, el dolor de estar vivos para tenernos que morir recordando eternamente cuando empezó todo... “Dios quiso que naciéramos en este pueblo de Andalucía, junto a las marismas del Guadalquivir”, comienza su obra maestra. Y da la casualidad de que antier mismo, mientras uno pensaba todo esto en la víspera de la efeméride de este viernes, me invitaron a un arroz que no pude disfrutar en la misma marisma a cuya orilla se refería Joaquín desde que se le ocurrió escribir el libro en plena Plaza de la Concordia de París...

El arroz lo hicieron y se lo comieron sin mí, porque no pude acompañarlos, Curro del Restaurante Manolo Mayo; José Antonio de Casa Moral; Juanma padre y Juanma hijo del Restaurante homónimo; y el hijo y el hermano de ese patriarca celeste de la gastronomía palaciega que sigue siendo Rafael el de La Pachanga. Todos ellos habían ideado, hace unos cuantos años, una Ruta del Arroz que iba y volvía a su pueblo, al de Joaquín y mío, por la carretera recta que sale de Los Palacios y Villafranca hacia Chapatales, hacia el Brazo del Este, hacia esas marismas del Guadalquivir que son hoy paraíso de tantas aves, 14.000 hectáreas de cultivo de arroz en cuyas tablas se fanguea ahora que ha terminado la cosecha. La idea, más allá de las arenas que han propiciado el éxito de un tomate que es hoy la estrella de la despensa palaciega, era trazar varias rutas además sobre la marisma, los caballos y un patrimonio cultural que va de Joaquín al flamenco, de los invernaderos a las cooperativas arroceras. El proyecto se ha revitalizado estos días, porque Los Palacios y Villafranca, destino gastronómico como subraya su Ayuntamiento, empeñado en colocarlo en el mapa del turismo sevillano y andaluz por lo bien que sabe, no tendrá grandes monumentos, pero sí es monumental y proverbial su modo de acoger al de fuera con un plato por delante. No tuve más remedio que acordarme de la falsa y poética lejanía del pueblo cuando, tentado por la marisma y su sabor, llegué al capítulo de “Los egipcios y los toros”: “Todas estas marismas, sometidas en fertilidad y catástrofe al capricho y a las inundaciones del Guadalquivir, planean exactamente el mismo problema que el Nilo; sino que allí lo regularon con esclusas, canales y obras de ingenierías, enormes y complicadas, para convertir el territorio del delta en el más abundante granero de la antigüedad. Cleopatra atraía a los emperadores romanos no sólo por la magia de sus hechizos personales, que dicen que eran muchos, sino también por el oro cereal, anualmente renovado, de sus inmensos territorios, fecundísimos por la industrialización del río. Día llegará en que lo mismo se haga con nuestras marismas. Y este pueblo, si sabe estar a la altura de las circunstancias, podrá ser una Alejandría interior, rica y floreciente...”. Joaquín acertó en su profecía y mañana, medio siglo tan lejos y en la mano, la marisma recordará su figura demostrando que también siguen parpadeando las estrellas de los cielos que ni él ni nosotros jamás perdimos.