Viéndolas venir

Luto

Image
Álvaro Romero @aromerobernal1
29 may 2020 / 07:48 h - Actualizado: 29 may 2020 / 07:50 h.
"Viéndolas venir"
  • Luto

Estamos de luto oficial por unos muertos que, a su pesar, han contribuido a la desmemoria. Pero más allá de la oficialidad construida por esas élites especialistas en olvidar, ayer murió otra mujer a manos de su pareja asesina, y ya van 19 en nuestro país en lo que va de año. Y están muriendo, poco a poco, muchas cosas fundamentales, como la imprescindible convivencia en medio de este aire enrarecido al que nos empujan, por un lado y otro, quienes, por encima del luto, debieran concentrarse en la reconstrucción. Pero falta voluntad. Y vergüenza.

Estamos de luto oficial por unos muertos que, a su pesar, han contribuido a la desmemoria. De modo que estamos ante un luto por cumplir, como se dice en los pueblos sin mala intención, un luto porque toca, una pena sin lágrimas, de moqueta y coche oficial, de bandera enmarañada por quienes la usan como un trapo, de quienes visten de negro por fuera pero gestionan por dentro la podredumbre de la rentabilidad.

Este luto es como las campanas de aquel poema de Donne que usó Hemingway para aquella novela suya cuando la posguerra nuestra: ¿Por quién doblan las campanas? Doblan por ti. Pues eso. Por ti. Por mí. Por todos nosotros, los que nos desinflamos de esperanza engordada durante esta cuarentena cuando comprobamos en cada telediario que el mundo sigue igual, que no hemos aprendido nada, que el que no corre vuela, que los 28.000 muertos al hoyo y tantos vivos al bollo de esos puestos que nos deben al pueblo, no tanto por haberlos votado como por haber mirado para otro lado, por seguir mirando ahora que salen los muertos de ellos mismos a relucir, porque aquí todo vale, la sangre contraria para construir indigno armamento viperino y la sangre propia para olvidarla en la costra reluciente del espectáculo a toda costa.

Falta voluntad, ya lo he dicho. Y vergüenza. Propia y ajena, porque vivimos en un país acostumbrado a tolerarlo todo sin haber aprendido que la tolerancia no es respeto, sino indiferencia por quienes merecen precisamente un respeto a su memoria, ya manchada de tanto rifirrafe, de tanta estratagema, de tanto cinismo, de tanta incuria contra quienes tanto trabajan por los demás, desde ese médico que cada tarde aguanta con verdadero patriotismo tantas canalladas en círculos concéntricos hasta el último de los sanitarios al que ahora, tan poco tiempo después, le resuenan aquellos aplausos que le dábamos como un eco de otra época, de cuando sobraba voluntad y vergüenza. La pena negra de todo esto es que esa época fue este mismo mes que ahora ya acaba, cuando la primavera empezó a notarse y los muertos eran todavía nuestros y no suyos, cuando el dolor estaba de nuestra parte y no de la suya para usarlo como un instrumento más.