Machado, tan lejano, tan necesario

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Álvaro Romero @aromerobernal1
23 feb 2021 / 07:27 h - Actualizado: 23 feb 2021 / 07:30 h.
"Historia","Política","Poesía","Pandemia","Antonio Machado"
  • Antonio Machado.
    Antonio Machado.

Tal día como hoy de hace 82 años enterraban a uno de los escritores más trascendentes que ha dado este país. Había nacido en Sevilla, y siempre hubo de recordar ese olor intenso del limonero en flor, incluso cuando, muchos años después, vio en esa otra España fría por la que anduvo -de filósofo que escribía poesía para entenderse y de profesor para ganarse la vida- un naranjo y un limonero en macetas. A pesar de haber entendido nuestro país como casi ningún otro intelectual lo había hecho hasta entonces y desde entonces, murió al otro lado de los Pirineos sin jubilar siquiera, expulsado para salvar la vida breve que le quedaba, como un apestado, seguramente en el peor invierno del pasado siglo.

Lo enterraron, como digo, tal día como hoy de hace 82 años, y a su humilde tumba –allí sigue- acudieron solo unos cuantos, como ocurre ahora por culpa de otra pandemia. Estaba a punto de concluirse una guerra, la peor de las nuestras, que se había alargado para mayor gloria y lustre del dictador que ya dictaba. Y allí, en el extrarradio de nuestra patria, llegó con su madre también moribunda: Antoñito, ¿falta mucho para llegar a Sevilla?”, dicen que preguntaba la pobre anciana. Se llamaba Ana Ruiz y había sido maestra de escuela. Él, en efecto, era Antonio; Machado por su padre –otro iluso que había muerto pobre y antes de tiempo por un sacrificio nunca reconocido para fundar el folklorismo español- y Ruiz por su madre, que murió tan solo tres días después de su hijo sin saber en qué país.

En este, el suyo y el nuestro, tal día como hoy de hace solo 40 años quisieron volver a repetir la historia, esa historia negra que amarga este suelo cada cierto tiempo. No lo consiguieron, pero la simiente del fascismo se había diseminado tristemente, como demuestra el hecho, otros 40 años después, de que los fascistas nos despistan con distintos gestos, con diferentes ropajes y el mismo común denominador de siempre. Lo dijo él, Antonio Machado: “El arma más destructiva que utiliza el fascismo es la mentira”. Y nada ha cambiado desde entonces, salvo que la mentira, las mentiras, nos llegan ahora desde muchos más ángulos. Hoy su sentencia para nuestra intrahistoria sería más diversa, más complicada, más triste aún: “Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”.

Siempre que hablo o escribo de Machado me viene al pensamiento aquella primera vez, siendo tan niño, en que me dieron a leer aquel poema de la lechuza a la que se vio volar y volar... Yo me imaginaba con una fantasía lánguida al ave con una ramita de olivo en el pico, y la relacionaba, ya tan pequeño, con aquella paloma que volvió al arca de Noé con otra ramita de olivo cuando había pasado la catástrofe. Ojalá pase esta pronto, y no me refiero solo a la del coronavirus. Porque Machado, tan lejano e imprescindible a la vez, nos avisó en vida de algo que no hemos asumido después de tanta muerte, y no me refiero solo a la suya: “Haced política, porque si no la hacéis, alguien la hará por vosotros y, probablemente, contra vosotros”. Hoy, desde esta misma Sevilla en la que nació hace casi siglo y medio, imagino las arrugas del papel que le encontraron con su último verso: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Y se me arruga el corazón, sin querer.