La vida del revés

Macrobotellón o cómo los padres somos bastante culpables

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13 oct 2021 / 08:50 h - Actualizado: 13 oct 2021 / 09:00 h.
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¿Sabe usted si sus hijos hacen botellón con sus mejores amigos? ¿Sabe usted si alguno de los que lanzan botellas a los policías durante el fiestón son sus hijos o sus mejores amigos? ¿Cuándo fue la última vez que supo con seguridad dónde diablos está su hijo una vez que sale por la puerta? ¿Ha dimitido usted como padre o madre? ¿Sabe usted cuánto puede llegar a beber su hijo en una noche? ¿Se ha preguntado alguna vez por qué le permite a su hijo hacer ciertas cosas? Preguntas incómodas ¿verdad? Tengo cuatro hijos y sé lo que digo. Por cierto, esta columna la podría haber escrito en primera persona de principio a fin; que nadie crea que vengo a dar clases de nada. Solo soy un alumno aventajado.

En España se está perdiendo el control sobre algunas cosas porque en las casas se perdió hace mucho tiempo y no se ha sabido valorar lo que estaba sucediendo. Los padres nos afanamos en que nuestros hijos sean felices y confundimos su bienestar con que puedan hacer lo que se les pone en lo alto de la montera con forma de ‘mundo’ que llevan puesta. En plena pandemia hemos permitido que nuestros jóvenes ofrecieran un espectáculo lamentable botella en mano sin saber cómo parar eso... Y es que queremos frenar aunque no llegamos al pedal.

Ser buen padre se ha convertido en no ejercer. En los matrimonios es normal utilizar el trato con los hijos como arma arrojadiza contra el otro cónyuge porque es el punto débil de todos y si podemos meter el dedo en la herida (durante los malos tiempos) y hurgar hasta el dolor lo hacemos. Luego llegan los arrepentimientos en los callejones sin salida, pero es otra historia. El caso es que los hijos ya van por libre desde edades tempranas en exceso.

El respeto por la autoridad ha desaparecido. Primero se volatilizó en las casas; a continuación en los colegios (los colegios son esos lugares en los que los padres demuestran a sus hijos lo idiotas que pueden llegar a ser al protestar porque alguien les exige (a los hijos) un esfuerzo y un nivel mínimo de educación); y, ahora, en la calle. Los jóvenes se concentran para beber y liarla; para beber y enfrentarse a la policía; para beber y destrozar. Bien saben ellos que los padres les esperan dormiditos y sin preguntas por hacer.

Esto es lo que tenemos y es lo que nos merecemos. Porque si el control en los hogares españoles fuera otro, también, otro gallo cantaría.